Las condiciones inglesas

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por ALEX GOLUB – Universidad de Hawái  

Hoy en día, la mayoría de los antropólogos recuerdan a Edward Westermarck como uno de los dos principales profesores de Bronislaw Malinowski en la London School of Economics. De hecho, creo que Malinowski le debe mucho a Westermarck y compartió mucho con él. Ambos eran súbditos imperiales: Westermarck era un hablante de sueco que creció en Finlandia cuando ésta era parte del imperio ruso, mientras que Malinowski era un polaco que creció con su país bajo el control de los prusianos. Ambos también estuvieron profundamente influenciados por los británicos, lo suficiente como para que se mudaran al Reino Unido: en la universidad, Westermarck descubrió el trabajo de evolucionistas ingleses como Darwin, Huxley y Spencer, y se interesó en cómo evolucionaron el matrimonio y la moralidad con el tiempo. Como resultado, pasó varios años estudiando en Inglaterra y finalmente fue designado para un puesto en la LSE.

Si bien Westermarck es mejor conocido por sus extensos estudios comparativos y sus primeras etnografías de Marruecos (donde vivió durante más de dos años, mucho más de lo que Malinowski pasó en el campo), pocas personas han profundizado en su autobiografía, Memorias de mi vida. Es una pequeña joya peculiar. Mi parte favorita del libro son las fotografías: pocas leyendas señalan quién es Westermarck. ¡Creo que el editor supuso que los lectores podrían distinguirlo! Westermarck también tiene una predisposición ligeramente ácida y una mirada brillante. Por estas razones, los pasajes de Westermarck sobre las “condiciones inglesas” (las costumbres y hábitos de los ingleses) son bastante deliciosas. Dan una encantadora sensación de Oxbridge y de la cultura británica de principios del siglo XX. Aquí están sus recuerdos de la (falta de) vida intelectual en Oxford:

“La hospitalidad en Oxford fue extraordinaria tanto en la vida privada como en la cena universitaria común. Sin duda, la vida social no se descuida en favor de las actividades intelectuales; y entre los estudiantes universitarios el deporte y la política parecen desempeñar un papel más importante que sus estudios. Muchos ingleses de alta posición o gran riqueza envían a sus hijos a Oxford, no tanto para beber de los manantiales del saber como para darles, más bien, la oportunidad de inhalar una atmósfera que fortalecerá sus pulmones para un futuro ascenso a las cimas más altas de la sociedad. La formación en Oxford y las amistades que se hicieron allí son un equipo invaluable para la carrera de muchos jóvenes en casa o en las colonias”. (pág. 103-104)

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Por supuesto, Oxford no es la única universidad del planeta donde los jóvenes pasan su tiempo sin estudiar, por lo que esto no es una crítica a esa institución en particular. Pero sí ayuda a reforzar la sensación que tienen los académicos (que no tienen los no académicos) de que Oxford es famosa por ser famosa, reproducir a la élite y parecer una universidad, no necesariamente por su excelencia en investigación.

Westermarck también reflexionó sobre el antagonismo entre clase y trabajo intelectual:

“La ciencia también se siente honrada de tener entre sus patrocinadores a miembros de la aristocracia. Ciertamente estaría por debajo de la dignidad de un señor convertirse en profesor universitario (escuché que eso se decía expresamente…) pero ha habido una o dos excepciones a la regla. Por otra parte, a un señor se le puede permitir dedicarse a la ciencia como un pasatiempo privado; también en el deporte se pone gran énfasis en la diferencia entre aficionados y profesionales. Pero no se puede decir que el trabajo intelectual sea escaso entre los diez primeros. Uno de mis amigos, que pertenece a una antigua familia con muchas conexiones entre la aristocracia, me ha dicho cuán fuertemente sus parientes mayores desaprueban sus ocupaciones científicas, aunque nunca ocupó ningún puesto ni ganó la más mínima suma por sus escritos; ganar dinero trabajando tampoco es algo común y corriente. Pero la falta de intereses intelectuales no puede considerarse como un signo especial de la nobleza, con esa manía por el deporte y la aversión al esfuerzo mental que distingue, creo, a la mayoría de los ingleses. Incluso entre las filas de los sabios, la ciencia no siempre ocupa el primer lugar en su estima. Un amigo de Oxford me confió una vez que incluso allí se daba más valor a una gota de sangre azul que a una reputación de académico”. (pág. 105-106)

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Dicho esto, Westermarck no fue cruel con los ingleses y no pretendía que estos comentarios fueran malos. Explicó a los lectores que no deberían dejarse llevar por el distanciamiento inglés:

“La relación con mis colegas ha sido para mí una fuente de gran placer y, naturalmente, me ha permitido conocer mucho más profundamente el carácter inglés. A menudo escuchamos lo rígidos e inaccesibles que son los ingleses, pero sus modales reservados, que están relacionados con su hábito, establecido por la educación, de reprimir sus emociones, no deben considerarse como prueba de su disposición de ánimo. Al conocerlos más de cerca, se puede descubrir una gran dosis de calidez bajo un exterior frío. En los círculos sociales con los que he tenido más relación, he encontrado una cantidad inusual de alegría, franqueza y cordialidad, combinadas con mucha consideración por los demás y buena educación”. (págs. 203-204).

Westermarck destaca este “hábito de reprimir las emociones” con un patrón más general de adherencia a la costumbre, en lugar de su tendencia escandinava a burlarse de lo ridículo:

“En lo que respecta al sentido del humor de los ingleses, mi experiencia es que las bromas desagradables que muchos entre nosotros [los suecos] consideramos como el refinamiento del ingenio no les atraen en absoluto. Por otro lado, tienen mucho humor y un sentido de lo cómico que muchas veces nos parece ingenuo. Una ligera desviación de lo habitual suele ser suficiente para provocar una alegría desenfrenada. El ridículo o, en casos más graves, el desprecio al que se expone un individuo cuando hace algo contrario a la costumbre es una de las razones por las que el inglés típico tiene tanto miedo de no actuar como lo hacen los demás; se ha convertido en esclavo de las convenciones. Es una criatura de hábitos y, además, no se permite desviarse de sus hábitos ni siquiera cuando se encuentra en tierra extranjera” (p. 204-205).

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En un largo pasaje (que he reducido aquí), Westermarck señala que gran parte de la costumbre inglesa se centra en lo que no se debe hacer:

“Las reglas de la convención inglesa, en comparación con las nuestras, se parecen en gran medida a los Diez Mandamientos en su carácter negativo. (,,,) No harás preguntas personales a nadie más que a amigos íntimos; a los ingleses les gusta hablar de sí mismos (no es sólo por diversión que escriben sobre sí mismos con I mayúscula), pero evitan la indiscreción en su actitud hacia los demás. (…) No hablarás de negocios; un académico inglés me contó su asombro cuando, durante una cena en Berlín, un profesor alemán comenzó inmediatamente a interrogarlo sobre su rama especial del conocimiento”. (págs. 203-205)

También hay otras reflexiones interesantes. Aquí están sus pensamientos sobre escribir un libro:

“He descubierto que se necesita mucho menos tiempo para reunir el material para un libro que para escribirlo, aunque el público en general parece quedar más impresionado por la multitud de hechos. La tarea del escritor no es sólo sacar conclusiones y darles expresión adecuada, sino construir un edificio donde cada palo y piedra tenga su lugar correcto, donde las diferentes partes formen un todo organizado sin excrecencias ni deficiencias innecesarias, donde habrá la debida proporción y simetría en todos lados. Un libro debe ser una creación arquitectónica, un autor a la vez su arquitecto y constructor”. (pág.102)

No quiero dar a entender que Westermarck tenga toda la razón en su análisis de las costumbres inglesas (Watching the English, de Kate Fox, es probablemente el mejor estudio sobre el carácter nacional que conozco), ni tampoco pretendo probar lo inglés publicando estas notas. Me encantó la franqueza y la vitalidad de la prosa de Westermarck. Los lectores de sus pesados tomos finiseculares nunca imaginarían que había una personalidad debajo de ellos. Memorias de mi vida nos ayuda a ver a Westermarck (y a sus contemporáneos ingleses) como personas reales.

Fuente: alex.golub.name/ Traducción: Maggie Tarlo

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