por CECILIA PADILLA-IGLESIAS Universidad de Zúrich
Como estudiante universitaria a principios de la segunda década del siglo XXI, recuerdo lo maravillosamente sencilla que era la historia de nuestro origen: el Homo sapiens evolucionó en las sabanas de África oriental hace unos 150.000 años. Después, hace unos 70.000 años, se produjo una mutación que dotó a estos individuos la capacidad de un comportamiento complejo y simbólico. Esto los diferenció de cualquier otra especie y les permitió salir de África y conquistar el mundo, sustituyendo a todos los demás humanos que se encontraron por el camino.
Esta “East Side Story” (historia del este) tenía sentido, basándose en importantes hallazgos del siglo XX. Los cráneos de H. sapiens más antiguos, que datan de hace al menos 233.000 años, fueron hallados en el valle del Omo, en Etiopía. Lucy, la Australopithecus afarensis de hace 3,2 millones de años, también fue desenterrada en Etiopía. Las primeras herramientas de piedra, que datan de hace 3,3 millones de años, se descubrieron en Kenia.
La ecología de África Oriental ofrecía una explicación simple de la historia del origen de los humanos: el sistema de fosas tectónicas de la región —con diversos tipos de ecosistemas— favorece la diversificación de especies de mamíferos, aves y anfibios. Por eso, durante décadas, no hubo controversia al sugerir que este “hotspot” de biodiversidad era la cuna de la humanidad.
La noción de que los humanos surgieron en África Oriental impulsó ideas como la “hipótesis de la sabana”, que postula que rasgos humanos como el bipedismo y el gran tamaño de nuestros cerebros fueron adaptaciones a la vida en las praderas de la región. Al mismo tiempo, los hadza —una de las pocas poblaciones de cazadores-recolectores que quedan en África Oriental—se hicieron famosos en los medios de comunicación por ofrecer un “atisbo de lo que pudo ser la vida antes del nacimiento de la agricultura hace 10.000 años”.
Sin embargo, descubrimientos más recientes han sacudido esta historia del este. Las pruebas fósiles acumuladas sugieren que las primeras poblaciones de H. sapiens habitaban regiones africanas radicalmente distintas, desde selvas tropicales hasta desiertos. Mientras tanto, estudios genéticos y hallazgos arqueológicos están desvelando extensísimas redes sociales que conectaban estas antiguas sociedades africanas. Estas pruebas de un origen panafricano del H. sapiens están dando lugar a una historia fascinante que nos obliga a replantearnos qué significa ser humano.
Aspirantes a la cuna de la humanidad
A principios de la primera década del siglo XXI, descubrimientos revolucionarios empezaron a desplazar la historia del origen de la humanidad hacia el sur. Los descubrimientos fósiles y arqueológicos destaparon comportamientos simbólicos complejos como el uso de cuentas de concha, pigmentos de ocre y arte simbólico en el extremo sur de África. Estos hallazgos datan de cientos de miles de años antes de la hipotética mutación responsable de la revolución cognitiva de hace 70.000 años. Si nuestra especie surgió en África oriental, ¿cómo explicar la aparición mucho más temprana de algunos de sus comportamientos clave en una parte completamente distinta del continente?
Estudios de ADN han aportado pruebas aún más concluyentes de la profunda historia biológica del H. sapiens en el sur de África. Investigadores han secuenciado los genomas de poblaciones africanas antiguas y modernas, entre ellas los san, un grupo indígena de cazadores-recolectores que vive en el desierto del Kalahari y sus alrededores, en Sudáfrica, Angola, Namibia y Botsuana. Se descubrió que los san descendían del linaje más antiguo de H. sapiens. Este grupo se separó de todos los demás linajes humanos hace 350.000 años.
En 2017, la trama se retorció aún más. Todo comenzó con un cráneo que se encontró en una mina de bario al oeste de las montañas Atlas de Marruecos a principios de la los años sesenta y que cayó casi en el olvido. El cráneo poseía algunos rasgos característicos de los primeros humanos africanos, pero en general parecía notablemente moderno. Entonces, un equipo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig dató el cráneo en al menos 315.000 años, más antiguo que cualquier otro resto de H. sapiens. ¿Podría ser, entonces, que nuestros antiguos antepasados procedieran del territorio que hoy es Marruecos?
En realidad, la cosa se complica aún más.
El misterio en el centro de África
La cuenca del río Congo, en África Central, alberga la segunda mayor selva tropical del planeta, solo después del Amazonas. Tiene una extensión de más de 178 millones de hectáreas, más que la superficie de Alaska. La cuenca del Congo es también el hogar del mayor y más diverso grupo de cazadores-recolectores activos del mundo, con un total de 250.000 a 350.000 personas. Sin embargo, estos entornos boscosos se han excluido en gran medida de la investigación sobre nuestros orígenes.
Tradicionalmente, los relatos sobre la evolución se han elaborado entrelazando hallazgos fósiles unos con otros. Los suelos ácidos y húmedos de la selva tropical desintegran rápidamente los fósiles —y, con ellos, los restos materiales del pasado—. Además, la inestabilidad social y política de la zona ha impedido a menudo la investigación en el Congo. Finalmente, la concepción popular de que nuestra especie surgió en las sabanas ha provocado un bloqueo mental contra la investigación de los orígenes humanos en este ecosistema tropical.
Pero entonces, ¿cómo pueden explicar los investigadores los cientos de miles de cazadores-recolectores que habitan actualmente la región? Antes, muchos científicos suponían que representaban a poblaciones marginadas que se habían desplazado recientemente a zonas donde el clima era demasiado hostil para la agricultura, por lo que estas recurrieron a la caza y la recolección para sobrevivir.
Generalmente, no es buena idea dejar que las teorías científicas se basen en suposiciones. La posición estratégica de la cuenca del Congo, situada en el corazón del continente, hace de puente entre norte, sur, este y oeste. ¿Es posible que esta región guarde secretos sobre las relaciones entre los primeros hallazgos de H. sapiens aparentemente inconexos en distintas partes del continente? ¿Y podrían los cazadores-recolectores locales ayudar a desvelar esos secretos?
En 2020, un grupo de investigadores extrajo ADN antiguo de los esqueletos de cuatro niños cazadores-recolectores enterrados hace entre 3.000 y 8.000 años en una cueva del actual Camerún, fronterizo con la República del Congo. El ADN demostró que los niños estaban estrechamente emparentados con los actuales cazadores-recolectores de la cuenca del Congo, pero no con las poblaciones agrícolas que habitan la región. Esto sugiere que los antepasados de los cazadores-recolectores actuales habitaban las selvas centroafricanas mucho antes de las primeras expansiones agrícolas.
Además, mi grupo de investigación de la Universidad de Zúrich publicó en 2022 un trabajo que superponía datos genéticos y arqueológicos a reconstrucciones de entornos centroafricanos en el pasado. En ese estudio, logramos confirmar que los cazadores-recolectores empezaron a ocupar las selvas centroafricanas hace al menos 120.000 años.
Incorporar África Central a la historia evolutiva de los humanos no solo es esencial para captar la enorme variedad de entornos que habitaron las primeras poblaciones de H. sapiens, sino también para entender cómo lo consiguieron. ¿Qué cambios anatómicos y de comportamiento les permitieron vivir en lugares tan dispares? ¿Y cuáles de esos grupos aparentemente dispersos contribuyeron a la diversidad humana moderna?
La red social panafricana
A menudo, se da por supuesto que nuestros antepasados africanos vivían en pequeñas bandas aisladas y dispersas por todo el continente. Pero nuestro equipo de investigación ha descubierto que las poblaciones de cazadores-recolectores de África Central han estado interactuando entre sí desde hace al menos 120.000 años, incluso cuando vivían en extremos opuestos del continente. Aunque estos grupos han estado separados geográficamente a lo largo de miles de años, hemos hallado pruebas de que han intercambiado genes y elementos culturales, sobre todo instrumentos musicales, durante todo este tiempo.
También en 2022, un análisis de isótopos de estroncio en cuentas de cáscara de huevo de avestruz reveló la existencia de una red de intercambio de 50.000 años de antigüedad entre África oriental y meridional (que se interrumpió hace unos 30.000 años). Los antropólogos también han observado que entre los cazadores-recolectores san contemporáneos sigue existiendo una red similar a larga distancia denominada hxaro, un sistema de intercambios de regalos recíprocos en diferido.
Además, las pruebas arqueológicas demuestran que, hace unos 200.000 años, nuestros antepasados transportaban obsidiana para fabricar herramientas de piedra más de 160 kilómetros a través de África Oriental. Y hace unos 320.000 años, transportaban pigmentos a través de largas distancias para decorar objetos y sus propios cuerpos.
La finalidad exacta de estas redes es objeto de debate. Pero lo que está claro es que estos sistemas sugieren que la diversidad cultural y biológica humana moderna surgió como un mosaico y no como un proceso lineal. Y ese mosaico puede haber contribuido al éxito de nuestra especie.
En 2017, un equipo de antropólogos cartografió las redes sociales de dos grupos de cazadores-recolectores contemporáneos de la cuenca del Congo y Filipinas. Observaron que cada grupo está “parcialmente conectado” con otros individuos no emparentados a ellos. Es decir, se componen de comunidades distintas en lugares separados que interactúan entre sí en momentos variables.
A continuación, los investigadores simularon el desarrollo cultural de una medicina compleja basada en plantas en las redes reales de cazadores-recolectores. Lo compararon con simulaciones en redes artificiales “totalmente conectadas”, en las que los individuos virtuales podían transmitir inmediatamente información nueva a todos los demás individuos. Los investigadores descubrieron que las redes reales de cazadores-recolectores eran mucho más eficaces en el desarrollo de una cultura compleja.
La razón es que, en la población totalmente conectada, las innovaciones se propagaban paso a paso. Pero en las verdaderas redes de cazadores-recolectores, la combinación de periodos de aislamiento y episodios de conectividad permitía que los nuevos descubrimientos se desarrollaran en paralelo en pequeños grupos. A continuación, estas innovaciones podían recombinarse, lo que en última instancia daba lugar a la creación mucho más rápida de una cultura compleja.
Los científicos están empezando a darse cuenta de que lo que los investigadores solían considerar producto de “revoluciones cognitivas” —como el cambio generalizado hace unos 300.000 años de herramientas de piedra toscas y manuales a cuchillas y puntas de proyectil más refinadas— representan probablemente casos de diferentes poblaciones con características culturales y biológicas distintivas que se unieron y recombinaron sus genes e ideas.
Esta evolución en mosaico explicaría ciertos hallazgos aparentemente inexplicables. Por ejemplo, fósiles humanos hallados en la República Democrática del Congo que datan de hace unos 22.000 años, pero que físicamente se parecen a personas que vivieron hace unos 300.000 años. O, en Senegal, descubrimientos de herramientas de piedra de hace 12.000 años que podrían trasladarse fácilmente a una situación 100.000 años antes.
Probablemente, estos hallazgos se debieron a periodos de aislamiento en los que diferentes poblaciones de distintas partes del continente desarrollaron adaptaciones culturales y físicas distintivas en sus entornos locales. Al mismo tiempo, los casos de conectividad permitieron a las distintas poblaciones intercambiar unas con otras, rasgos, comportamientos y tecnologías beneficiosos, adaptándose mejor y haciéndose más flexibles.
Un cambio de paradigma evolutivo
Este paradigma, que está surgiendo lentamente, vuelve a poner patas arriba la historia de nuestro origen. Implica que los primeros H. sapiens no emergieron, como muchos suponían, como una única población relativamente grande que intercambió genes y tecnologías de forma más o menos aleatoria y se expandió gradualmente por África y posteriormente fuera de ella.
Las herramientas de piedra y otros objetos africanos presentan distribuciones extremadamente agrupadas a lo largo del tiempo y en el espacio. Con el paso del tiempo, los investigadores observan una tendencia hacia una cultura material más sofisticada, pero esta “modernización” no apareció en una región ni se produjo en un único periodo. Eso sugiere que fue producto de la recombinación.
El ADN extraído de antiguos recolectores africanos en los últimos 10.000 años también cuenta una historia de ciclos de conectividad y aislamiento. Los análisis genéticos revelan, por un lado, linajes que han permanecido distintos desde hace casi 300.000 años. Por otro, el ADN muestra niveles de diversidad genética que indican que grupos aparentemente aislados estaban en realidad integrados en enormes redes sociales y de apareamiento.
Estas interacciones habrían evitado los peligrosos efectos de la endogamia, permitiendo a nuestros antepasados prosperar incluso cuando duras condiciones medioambientales dificultaban el mantenimiento de poblaciones más numerosas. Una mayor diversidad genética también significa una mayor reserva de mutaciones potencialmente beneficiosas que podrían haber otorgado a las poblaciones una mayor capacidad para adaptarse a los retos de diferentes entornos.
Investigaciones futuras ayudarán a determinar por qué los grupos humanos estaban tan divididos y qué condiciones hicieron posible su confluencia en determinadas épocas. Pero lo que ahora está claro es que nuestros antepasados inmediatos H. sapiens vivían en todo el continente africano. La gente era diversa física, genética y culturalmente desde el principio.
El H. sapiens no es una especie de sabana ni de selva tropical. No somos totalmente carnívoros o herbívoros, pacíficos o propensos a la guerra. No descendemos enteramente del linaje hadza o san, porque nunca hubo una “población humana ancestral”. Somos una rica mezcla de muchos grupos que han vivido en entornos extremadamente diversos a lo largo de miles de años.
Tal vez, entonces, la adaptación por excelencia de H. sapiens sea intercambiar ideas, genes y cultura con los demás. Al hacerlo, los humanos han desarrollado comportamientos, creencias y tecnologías maravillosamente complejos y dinámicos que nos han permitido prosperar allá donde hemos viajado.
Fuente: Sapiens