La fuerza del sonido

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por YANA STAINOVA – Universidad McMaster

15 de julio de 2018. Orillas del Canal Saint-Martin, París.

Fue la noche en la que Francia ganó el mundial de fútbol. La grabación captura las horas previas al evento, cuando las calles de París estaban desconcertantemente silenciosas: todos estaban adentro, pegados al televisor. Un grupo de músicos venezolanos y yo, sin embargo, hicimos lo que harías cualquier otra noche y nos sentamos en círculo a orillas del Canal Saint-Martin. Uno de ellos había traído una guitarra; otro, un violín. En cuestión de minutos, los instrumentos estaban fuera de sus estuches y los músicos comenzaron a cantar y tocar melodías populares venezolanas que conocían desde la infancia. La de esta grabación se llama “Los dos gavilanes” y es originaria de la provincia venezolana de Lara, conocida por su música popular.

Conocí a los músicos mientras hacía trabajo de campo en Venezuela. En ese momento, todavía eran miembros de El Sistema, el programa educativo de música clásica de fama mundial. Cinco años después, muchos de ellos habían emigrado a París para escapar de la crisis sociopolítica de su país. Estudiaron en universidades francesas y trabajaron en empleos ocasionales para llegar a fin de mes.

La grabación capturada es una pieza de trabajo de campo «texturizada»: contiene y transmite la energía de la música, la espontaneidad inédita del trabajo de campo y los sonidos de las voces de las personas. En la mayor parte de mi trabajo etnográfico, la forma expresiva antropológica estándar de la palabra escrita me llevó a un esfuerzo constante de traducir sonidos a palabras. Muchos de mis interlocutores vieron esta labor como inútil: «La música no se puede expresar con palabras», me advirtió un músico, un sentimiento del que muchos otros hicieron eco. Vieron esto como una de las virtudes de la música; era lo que la hacía mágica.

En mi trabajo académico, por lo general, me deleito con la tensión entre el compromiso etnográfico con una forma de arte no verbal y la lucha creativa por poner la experiencia en palabras. Es un trabajo no muy diferente del trabajo de traducir poesía, que algunos califican como intraducible. “Hay, al menos, un arte en el fracaso de la traducción. Hay valor, intelectual y estético, en nuestras fallas de traducción”, observa Anthony K. Webster al discutir los desafíos de traducir poesía.

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Como se limita a la palabra escrita, la escritura etnográfica no puede sino aplanar las dimensiones corporales y sensoriales del trabajo de campo. Esto crea una desigualdad de experiencia entre el escritor y el lector: el autor escribe desde la perspectiva de alguien que experimentó las texturas sensoriales de la vida cotidiana y está construyendo conceptos a partir de ellas. Las voces, los aromas, los ritmos y los sonidos del trabajo de campo están de fondo mientras nosotros, los etnógrafos, escribimos. Son el contexto, si no la esencia, de lo que escribimos. Pienso en la etnografía como un “arte del fracaso” —un fracaso para traducir los múltiples momentos no verbales y temporalmente específicos del trabajo de campo— que encierra potencialidades teóricas y artísticas.

En la mayor parte de mi trabajo, en los libros y los artículos, habito en la posibilidad creativa que ofrece el medio verbal al intentar traducir experiencias no verbales como la música. Para cerrar la brecha entre la sonoridad y la materialidad del trabajo de campo y las herramientas más comúnmente disponibles, para mí, como antropóloga, que son las palabras escritas, aspiro a ampliar las capacidades comunes del lenguaje académico incorporando algunas de las características de la música en él. Construyo oraciones prestando atención a los sonidos de las palabras, a las cadencias de las frases, a los ritmos de las oraciones. Sin embargo, no puedo saber con certeza si mis lectores se demorarán en leer oraciones lentamente para que su musicalidad se destaque, y menos aún para que puedan leerlas en voz alta, para retener y saborear las formas de las palabras.

Aquí, elegí compartir la materia prima que es objeto de mis traducciones académicas: los sonidos y las conversaciones inéditas, las carcajadas que marcan estas melodías. Esto es lo que me permite transmitir lo que se pierde en la traducción: los sonidos y la calidad de las voces de las personas, lo que Roland Barthes llama el “grano de la voz” y Adriana Cavarero “la singularidad encarnada” que suena en cada voz; el ritmo de hablar y tocar; el ascenso y descenso dinámico de una voz, la energía de dos voces que se elevan juntas, se alimentan, se sumergen.

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La pieza, “Los Dos Gavilanes”, es un trabalenguas, una secuencia de palabras o sonidos, típicamente de tipo aliterado, que son difíciles de pronunciar rápida y correctamente. Los trabalenguas iluminan nuestras habilidades lingüísticas como una forma de virtuosismo, no muy diferente al toque de un instrumento musical. Luchar por pronunciarlos, especialmente rápido, puede parecer un tropiezo. Para aprenderlos mejor, necesitamos repetir palabras, acariciar frases, practicar. Los trabalenguas ilustran la dificultad de transmitir los sonidos de las voces humanas por escrito. El virtuosismo que brilla al escucharlos se desvanece en la palabra escrita.

Más tarde esa noche, multitudes de personas inundaron las calles para celebrar la victoria de Francia, ondeando banderas francesas y cantando el himno. Vitorearon, gritaron y saltaron al canal. En medio de esta euforia, seguimos tocando canciones populares venezolanas. Algunos transeúntes se detuvieron a escuchar; otros intentaron convencernos de que nos uniéramos a su celebración.

En esta grabación de voces y música de músicos venezolanos, tú, oyente-lector, puedes escuchar un sonido colectivo que se niega a ser subsumido en el nacionalismo dominante. Puedes sentir las vibraciones musicales a través de las cuales los inmigrantes reclaman el espacio urbano. Puedes escuchar cómo se intercambian amistad, solidaridad, cariño y estabilidad a través del canto. Puedes escuchar a las personas que crean un sentido de hogar y encuentran alegría en medio de la precariedad. Más que meramente decorativo, el sonido vibra con una fuerza que las palabras solo pueden esforzarse por teorizar.

Fuente: SCA/ Traducción: Alina Klingsmen

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