Ventiladores eléctricos

-

por MICHAEL DEGANI

Evoca un ventilador eléctrico en el ojo de tu mente. Colócalo en tu escritorio y conéctalo al enchufe más cercano. Un campo electromagnético gira alrededor del estator, el rotor gira, las palas se curvan y listo: corriente a corriente. Un molino de viento al revés.

Una vez que se enciende, los ventiladores hacen girar el aire en formas improbables: la explosión gigantesca de un túnel de viento o la brisa lujosa que cae en cascada desde los techos de mi infancia en Florida. Cualquiera que sea el patrón, es estable, constante, repetitivo. El orden y el cambio se manifiestan en el continuo torbellino giratorio.

El último siglo ha visto una explosión de ventiladores (¿un ventiladorceno?). Los viejos modelos de GE eran bastante hermosos, adornados con flores de metal suspendidas en globos de celosía. Hoy sus descendientes son más elegantes, más baratos y más fuertes. Están ubicados en toda nuestra tecnosfera, enfriando todo, desde motores hasta computadoras. Parasitariamente, se sientan en el corazón de otro sistema, redistribuyendo sus fuerzas y flujos. Pero, como nos recuerda Michel Serres (2007), los parásitos son útiles e incluso necesarios; sus redistribuciones son las que permiten que los sistemas sigan funcionando.

Dar es-Salaam, en Tanzania, donde hago mi trabajo de campo, es una ciudad con poca ventilación. La gente anhela mudarse a la periferia periurbana donde hay mpepo, viento. Los burócratas ricos y los trabajadores humanitarios blancos se retiran a enclaves con aire acondicionado, pero casi todos los demás todavía pueden permitirse un ventilador barato. En las habitaciones abarrotadas de los barrios pobres de Swahili, los fanáticos crean espacios para descansar y refrescarse (para pumzika, respirar) en anticipación del día siguiente. Son máquinas de brisa pequeñas y democráticas que redistribuyen el aire, siempre que se mantenga el suministro de energía.

Más en AntropoUrbana:  Somos queer y no estamos aquí

Referencia

Serres, Michel. 2007 (1980). The Parasite. Translated by Lawrence R. Schehr. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Fuente: SCA/ Traducción: Mara Taylor

Comparte este texto

Textos recientes

Categorías