por ANDREA BALLESTERO – Universidad Rice
Habíamos visto varias casas ese día. Un agente de bienes raíces nos estaba ayudando a navegar por la ciudad de Estados Unidos a la que nos acabábamos de mudar. Este barrio era aceptable (traducción: bastante blanco). Este otro no lo visitaremos porque no lo recomiendo (traducción: no lo suficientemente blanco). Abrió la puerta trasera de una casa vacía que estábamos visitando y nos invitó a salir para ver el jardín. Noté, una vez más, como lo había hecho en nuestras paradas anteriores, el sonido de la autopista que saturaba el patio trasero. El agente afirmó que no podía escucharlo del todo; me pregunté si estaba mintiendo. Luego respondió: “Creo que el sonido de una autopista es como el océano. Una especie de zumbido. Llega un momento en que no lo notas y, en cambio, te ayuda a conciliar el sueño por la noche”. Tal vez estaba bromeando, no estaba segura, como lo hago a menudo cuando trato de evaluar si lo que dicen mis interlocutores tiene una intención humorística o no. Para no ofender, no me reí en su cara. Su comentario señaló que le irritaba mi atención al sonido. Probablemente pensó que, si quería una casa en la que no se escuchara la autopista, debería poner más dinero. Vete a un barrio que recomiendo más.
No vengo de un lugar tranquilo. Vengo de un lugar donde el ruido es un compañero. Siempre te conmueven todo tipo de ruidos. El tráfico, la música del vecino, la intensidad del canto de los pájaros al amanecer, pájaros cuyo canto es tan fuerte que es ruido, no naturaleza romántica. Aproximadamente una vez al mes, Doña Ana visita el barrio donde crecí. Doña Ana no es una persona que yo conozca. Ella es sonido desobjetivado, pero no desmaterializado. Ella es una grabación de voz, un marcador del urbanismo indefinido de vuelta a casa. Antes de Siri, estaba Doña Ana, aunque en ese momento era anónima. Doña Ana no aporta nueva información; su voz grabada pronuncia las mismas palabras mes tras mes, año tras año. Muchas personas en diferentes partes de Costa Rica escucharon a Doña Ana. Ella anuncia que los chatarreros están pasando.
Doña Ana dejó de ser sonido descosificado en abril de 2021. Ese mes, el sonido se convirtió en voz y la voz en persona. Finalmente, Doña Ana se convirtió en una celebridad temporal. En medio de una de las peores semanas de la pandemia en Costa Rica, el noticiero televisivo transmitió un breve retrato de su historia. Un par de décadas antes, comenzó a hacer grabaciones con su papá para diferentes negocios. Él escribía el texto, ella lo leía y ambos lo grababan. El que hizo para los recolectores de chatarra fue originalmente grabado en un casete que, explicó, se copió incesantemente, hasta que su voz se convirtió en el sonido oficial de los chatarreros. El retrato televisivo reobjetivizó su voz. Volvió a unir significado y materia por medio de un sujeto hablante. Surgieron múltiples públicos. Los comentaristas de Twitter sobre la vida social de la clase media, por ejemplo, estallaron después de la emisión del artículo. ¡Finalmente, el ruido se convirtió en tema! Ahora sabían quién interrumpía su sueño temprano los domingos por la mañana: “¡Estimados vecinos! Andamos recogiendo…”.
Aprender a escuchar el ruido atmosférico es una invitación a sentarse donde lo sensorial y lo sensible se encuentran o divergen. En el punto donde la autopista puede ser océano; en el punto donde Doña Ana es ruido y sonido. El ruido atmosférico es a la vez objeto político y manto envolvente; experiencia cotidiana y falla; tecnología y fenómeno. En el apasionante libro de Marina Peterson, Atmospheric Noise:The Indefinite Urbanism of Los Angeles (2021), somos guiados a través de una experiencia de lectura atenta del sonido que nos permite pensar al escuchar. Las explicaciones culturalistas que replican una lógica clasificatoria no son suficientes aquí: x grupo de personas escucha de esta manera, y grupo de personas abraza el ruido, z grupo de personas prospera en la quietud. Si vamos a rechazar este impulso esencializador, ¿qué le pedimos al sonido y cómo lo pedimos? El primer paso, ofrece Peterson, es rastrear las posibilidades. Dichas posibilidades se encuentran, muchas veces, en los glitches, en las interrupciones concretas por las que se cortocircuitan las tecnologías y los materiales que objetivan el sonido, convirtiéndolo en objeto acotado. Una metodología feminista de glitching es “un ‘ruido’ que interrumpe o brota dentro de un sonido previsto, una voz o un chillido que traiciona el funcionamiento interno o el potencial recursivo de las tecnologías de audio: conexiones sucias, cables cruzados, micrófonos con una señal demasiado alta frente a un amplificador, un rasguño que atraviesa los surcos de un disco”. (Peterson 2021, 12)
En este increíble libro, aprendemos a desobjetivar el sonido mientras lo rematerializamos a través de fallas. Visitamos hogares donde los inmigrantes resisten al gobierno exigiendo y tomando también sus servicios. El sonido se convierte en la materia de las ventanas nuevas, las toallas de papel evitan que las abejas y el ruido se cuelen por la ranura del correo. El sonido se materializa en relaciones burocráticas, se encarna en visitas domiciliarias, se estabiliza en reparaciones, se cristaliza en obsequios (Peterson 138). La autopista como océano. Después de leer este libro, la insonorización no será la misma.
Como si lo hubiera planeado, me siento a leer esta pieza por última vez y pasa Doña Ana. La escucho de lejos, luego más cerca, luego junto a la puerta de mi casa. Salgo corriendo para captar una imagen y dejo que el sonido toque el micrófono de mi teléfono. Yo sonrío.
La voz de Doña Ana, una vez más como sonido desobjetivado después de su condición de celebridad de corta duración, encarna las regulaciones de reciclaje, las desigualdades económicas, la inventiva y las tecnologías de sonido cambiantes superpuestas: megáfono, casete, CD, teléfono celular. Atmospheric Noise (2021) es un libro que te alerta, te invita a escuchar de esta manera. Mantiene a raya la tentación de explicar el sonido. En cambio, te ayuda a sentir posibilidades. No como objetos, sino como arreglos de materia, tecnología, cuerpos e historias. Marina Peterson cambia cómo es el sonido, transforma nuestro pensamiento sobre la forma urbana, a través de una acustemología que invita y con la que no puedes evitar querer experimentar. ¡Abre el libro y experimenta cómo escuchar es siempre una práctica compositiva!
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Referencias
Peterson, Marina. 2021. Atmospheric Noise: The Indefinite Urbanism of Los Angeles. Durham, N.C.: Duke University Press.
Fuente: SCA/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez