El fin del mundo tal cual es

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por JEMIMA PIERRE – Universidad de California, Los Ángeles  

La colonización no fue —y no es— un “encuentro” inocente entre los exploradores europeos y el resto del mundo. Fue una empresa genocida violenta.

En el “Estado Libre del Congo”, las monstruosas acciones del rey Leopoldo II de Bélgica, que gobernó el territorio como su propiedad privada, llevaron a la matanza de entre 10 y 20 millones de congoleños. En la actual Namibia, los alemanes diezmaron el 80 por ciento de la comunidad Herero y el 50 por ciento de la población Namaqua y forzaron a los sobrevivientes a campos de trabajo. Los portugueses eran conocidos por los trabajos forzados en Mozambique y el uso del chicote, un látigo largo, para el castigo corporal. Los británicos mantuvieron a los kenianos en campos de concentración y fueron sádicos con sus castigos, especialmente contra el Ejército de Tierra y Libertad de Kenia. Las acciones francesas en Argelia son inconcebibles. El escritor y político martiniqués Aimé Césaire cita al coronel de Montagnac, un conquistador de Argelia, quien dijo: “Para desterrar los pensamientos que a veces me asedian, hago cortar algunas cabezas, no cabezas de alcachofas sino cabezas de hombres”.

Esta fue violencia sobre una violencia anterior: la colonización ocurrió durante y después del comienzo de la cruel captura, transporte y esclavización de los africanos a las Américas.

Violenta también fue la justificación de la esclavitud y la colonización a través de la ciencia racista: el surgimiento de la antropología evolutiva. Este aparato ideológico codificó la dominación y la deshumanización, y estructuró el mundo moderno dentro de una jerarquía de razas, naciones y culturas.

Recordar la violencia, las “horribles carnicerías” del colonialismo, es revocar la amnesia imperial en torno a la realidad de que, como nos recordaba Césaire, “la actividad colonial, la empresa colonial, la conquista colonial, se basa en el desprecio por lo nativo y se justifica por el desprecio”. Es una violencia —las muertes, la destrucción, las mentiras— con cicatrices duraderas. Estas cicatrices no cicatrizan.

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Y este sistema violento no fue erradicado.

En efecto, la descolonización del continente africano se dio a través de las estructuras mismas de una modernidad liberal basada en el colonialismo: la imposición de las fronteras nacionales del Acta de Berlín y la aceptación del mundo ordenado y racializado por los conquistadores. Como describe el estudioso del derecho internacional James Gathii, un orden eurocéntrico, cristiano e imperialista sigue estando a la orden del día, mucho después de la descolonización. Las naciones e instituciones occidentales continúan dirigiendo coercitivamente el mundo: la OTAN, el G20, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y La Haya.

Hablar de antropología descolonizadora es contar primero con lo colonial. Tener en cuenta lo colonial es conceder su continuación en el presente. Eso significa tener en cuenta la realidad de la conquista deshumanizadora y las estructuras de poder desiguales resultantes que continúan dictando los términos de lo que muchos antropólogos continúan haciendo: investigar, escribir y, en última instancia, hacer una carrera estudiando al «Otro no europeo».

Porque es precisamente la violencia de la conquista y la colonización lo que primero hizo posible la disciplina. Es lo que le dio a la antropología su razón de ser, su necesidad deshumanizante de “conocer” mejor a las sociedades conquistadas, no europeas, que su gente había dominado progresivamente.

Debemos repensar las dinámicas fundamentales en el trabajo en la disciplina de la antropología: ¿Cuáles son los supuestos de trabajo que determinan un sitio significativo de análisis o un modelo teórico popular? ¿Qué productos intelectuales pueden surgir del trabajo bajo y dentro de las estructuras de poder desiguales de la supremacía blanca?

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Mi propia investigación se enfoca en excavar los fundamentos raciales de la disciplina. Específicamente, trazo las relaciones de la antropología, la raza y África para demostrar que los términos a través de los cuales se estudian las sociedades africanas en realidad ocultan la agitación causada por la conquista. Y demuestro las formas en que la mayoría, si no toda, la teoría antropológica depende de África como un laboratorio «científico» original para la creación de «tribus» y «razas».

Es cierto que este trabajo solo puede llegar hasta cierto punto en la descolonización de una disciplina tan profundamente instalada en las jerarquías del orden mundial actual.

El filósofo Frantz Fanon argumentó que la descolonización requiere “la completa puesta en tela de juicio de la situación colonial”. La descolonización es el desmantelamiento completo del orden global actual que está estructurado por formaciones legales, políticas, sociales y disciplinarias eurocéntricas.

La descolonización, cuando llegue, tendría que significar el fin del mundo tal cual es y, con él, el fin de las disciplinas.

Fuente: Sapiens/ Traducción: Maggie Tarlo

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