Breve historia del animismo: ¿las piedras tienen alma?

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por JUSTINE BUCK QUIJADA – Universidad Wesleyana

Un movimiento conocido como «nuevo animismo», que busca asegurar los derechos de personalidad de los seres no humanos a través de medios legales, está ganando seguidores en todo el mundo.

Los nuevos activistas ambientales animistas no son los únicos en usar el término. El animismo mismo se ha puesto de moda. Algunos bloggers de espiritualidad hablan sobre el animismo como una forma de profundizar la relación espiritual de uno con la naturaleza. Los académicos, desde antropólogos hasta filósofos, tomaron un renovado interés en el concepto.

La mayoría de estas personas están usando el animismo de manera muy general e inexacta para referirse a la creencia de que todo en la naturaleza tiene un alma. El renovado interés en el animismo surge de la esperanza de que las personas se comporten de manera más ecológicamente sostenible si creen que el mundo natural que los rodea está vivo.

Sin embargo, como antropóloga de la religión que trabaja con personas cuyas prácticas religiosas se describían tradicionalmente como animistas, creo que la realidad es más interesante y más complicada. El animismo no es una religión, ni siquiera un conjunto de creencias acerca de que la naturaleza tiene alma. Es un término utilizado por los estudiosos para clasificar las prácticas religiosas a través de las cuales los seres humanos cultivan relaciones con seres más poderosos que residen en el mundo que nos rodea.

Una historia del término

El término animismo fue acuñado por uno de los primeros antropólogos, Edward Burnett Tylor, en 1870. Tylor argumentó que las ideas de evolución de Darwin podrían aplicarse a las sociedades humanas; clasificó las religiones según su nivel de desarrollo.

Definió el animismo como una creencia en las almas: la existencia de almas humanas después de la muerte, pero también la creencia de que las entidades que las perspectivas occidentales consideraban inanimadas, como montañas, ríos y árboles, tenían almas.

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El animismo fue, en opinión de Tylor, la primera etapa en la evolución de la religión, que se desarrolló del animismo al politeísmo y luego al monoteísmo, que era la forma de religión más «civilizada». Desde esta perspectiva, el animismo era el tipo de religión más primitivo, mientras que el cristianismo protestante europeo era visto como la más evolucionada de todas las religiones.

Tylor no fue el primero en proponer este argumento. El filósofo escocés David Hume, por ejemplo, presentó un argumento muy similar en la Historia natural de la religión de 1757. Sin embargo, Tylor fue el primero en usar el término animismo y el esquema de clasificación como parte de lo que entonces era el campo naciente de la antropología, el estudio científico de la sociedad humana.

Por lo tanto, el animismo no es una religión, sino un término para clasificar un tipo de religión, una que, al menos en la década de 1870, los estudiosos europeos y estadounidenses consideraban menos civilizada. La concepción racista de que algunos grupos de personas eran menos civilizados que otros era parte integral de la definición inicial.

A principios del siglo XIX, los académicos utilizaron el término de Tylor para clasificar una amplia gama de rituales. James Frazer y Géza Róheim, por ejemplo, utilizaron el animismo para defender las similitudes entre las prácticas de las poblaciones indígenas, los antiguos griegos y los campesinos europeos. El animismo se utilizó para describir la psicología de los nativos americanos y los chamanes siberianos que pedían a los maestros espirituales que ofrecieran presas a los cazadores. Sin embargo, en la década de 1940, el término y la práctica de clasificar las culturas por su nivel de desarrollo habían caído en desgracia. ¿Por qué, entonces, los activistas ambientales adoptan un término con esta complicada historia?

Una alternativo al dominio cristiano

En 1967, el historiador Lynn White Jr., un cristiano devoto, argumentó que los problemas ambientales del mundo provenían de la teología del dominio cristiano. En esta lectura del relato bíblico de lGénesis, los humanos son la única parte de la creación que está hecha a imagen de Dios, lo que generalmente se interpreta en el sentido de que los humanos, a diferencia de todos los demás seres en la creación, tienen alma.

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Esta teología otorga a los humanos, a través de Adán y Eva, el dominio sobre la Tierra. White argumentó que, a través de su historia de la creación, el cristianismo estableció una dicotomía entre la materia inanimada y el espíritu animado que eleva a los humanos por encima de la creación y convierte al resto del mundo, desde animales y plantas hasta rocas, suelo y agua, en «recursos» para ser usados.

Es importante notar que esta es solo una de las muchas interpretaciones cristianas del Génesis. Por otro lado, el argumento de White era que esta idea de dominio es lo que hace posible la explotación ambiental bajo el capitalismo, y ese argumento fue convincente para muchos ambientalistas, quienes comenzaron a desarrollar un interés en los sistemas de creencias indígenas como una forma de solucionar los problemas ambientales.

Relaciones de poder y obligación

Lo que es importante entender sobre el animismo es que no es una religión per se, ni se trata simplemente de creer que una montaña o un glaciar tiene alma. El animismo describe prácticas que establecen una relación entre lugares y personas, generalmente una que reconoce que los lugares, los animales y las plantas tienen poder sobre las personas.

Estudio la forma en que los buriatos urbanos, miembros de una población indígena de Siberia, están reviviendo formas presoviéticas de animismo y chamanismo. Muchos de sus rituales implican pedir bendiciones y protección a seres como ríos, lagos y montañas, y a los ancestros que se encuentran en el paisaje, prácticas todas que crean relaciones de obligación entre las personas y el lugar.

Existe una amplia gama de prácticas que los estudiosos contemporáneos consideran animistas, que van desde reglas sobre lo que se puede y no se puede hacer cerca de un glaciar y las ofrendas a los maestros espirituales del lago Baikal hasta representar la voluntad de las montañas en las negociaciones políticas.

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En todos estos casos, los rituales establecen relaciones de obligación que vinculan a los humanos con la tierra y la tierra con los humanos que viven en ella. En lugar del dominio humano sobre el paisaje, en las cosmologías animistas, los humanos viven bajo el dominio del paisaje que les rodea.

Ninguna bala mágica

El animismo no es una religión a la que uno pueda convertirse, sino una etiqueta que se usa para las cosmovisiones y prácticas que reconocen las relaciones entre la naturaleza y el mundo animal que tienen poder sobre los humanos y deben ser respetadas.

Estas prácticas pueden ser rituales religiosos, pero también pueden ser formas de cuidado del medio ambiente, prácticas agrícolas o protestas, como las que llevan a cabo los protectores del agua en Standing Rock, conocido como No Dakota Access Pipeline, también llamado con el hashtag #NoDAPL. Las protestas como #NoDAPL no son lo que la mayoría de la gente suele considerar como «religión» y, como resultado, los medios a menudo pasan por alto las obligaciones de lugar y tierra que motivan a los manifestantes.

La ley de Nueva Zelanda de 2017 que reconoce al río Whanganui como persona jurídica, la culminación de décadas de activismo maorí, podría describirse como animismo que toma forma legal. Además, cuando las prácticas indígenas se etiquetan como religión animista, es fácil pasar por alto el conocimiento científico biológico y ecológico muy real de estas comunidades.

Las prácticas animistas son tan variadas como los pueblos y lugares que entablan tales relaciones. Las perspectivas indígenas y animistas ilustran que hay muchas relaciones posibles entre los humanos y el mundo que los rodea, y muchos ambientalistas encuentran instructivas estas alternativas, a pesar de la problemática historia del término.

Fuente: The Conversation/ Traducción: Alina Klingsmen

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