Una saludable humildad científica

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por MICHAEL DICKSON – Universidad de Carolina del Sur

La virtud de la humildad intelectual está recibiendo mucha atención. Se anuncia como parte de la sabiduría, una ayuda para la superación personal y un catalizador para un diálogo político más productivo. Si bien los investigadores definen la humildad intelectual de varias maneras, el núcleo de la idea es reconocer que las creencias y opiniones de uno pueden ser incorrectas.

Pero lograr la humildad intelectual es difícil. El exceso de confianza es un problema persistente al que se enfrentan muchos y no parece mejorar con la educación o la experiencia. Incluso los pioneros científicos a veces pueden carecer de este valioso rasgo.

Tomemos el ejemplo de uno de los más grandes científicos del siglo XIX, Lord Kelvin, que no era inmune al exceso de confianza. En una entrevista de 1902 “sobre cuestiones científicas que ahora ocupan un lugar destacado en la mente del público”, se le preguntó sobre el futuro de los viajes aéreos: “¿No tenemos ninguna esperanza de resolver el problema de la navegación aérea de ninguna manera?”

Lord Kelvin respondió con firmeza: “No, no creo que haya ninguna esperanza. Ni el globo, ni el avión, ni el planeador serán un éxito práctico”. El primer vuelo exitoso de los hermanos Wright se produjo poco más de un año después.

El exceso de confianza científica no se limita a cuestiones de tecnología. Unos años antes, el eminente colega de Kelvin, A. A. Michelson, el primer estadounidense en ganar un Premio Nobel de ciencia, expresó una opinión igualmente sorprendente sobre las leyes fundamentales de la física: “Parece probable que la mayoría de los grandes principios subyacentes ya hayan sido ahora firmemente establecidos».

Durante las siguientes décadas –en gran parte debido al trabajo del propio Michelson– la teoría física fundamental experimentó sus cambios más dramáticos desde los tiempos de Newton, con el desarrollo de la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica alterando “radical e irreversiblemente” nuestra visión del universo físico.

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Pero, ¿es este tipo de exceso de confianza un problema? ¿Quizás realmente ayude al progreso de la ciencia? Sugiero que la humildad intelectual es una postura mejor y más progresista para la ciencia.

Lo que la ciencia sabe

Como investigador en filosofía de la ciencia durante más de veinticinco años y ex editor de la principal revista en el campo, Philosophy of Science, tuve numerosos estudios y reflexiones sobre la naturaleza del conocimiento científico sobre mi escritorio. Las cuestiones más importantes no están resueltas.

¿Qué confianza debe tener la gente en las conclusiones a las que llega la ciencia? ¿Qué confianza deben tener los científicos en sus propias teorías?

Una consideración siempre presente recibe el nombre de “inducción pesimista”, propuesta de manera más destacada en los tiempos modernos por el filósofo Larry Laudan. Laudan señaló que la historia de la ciencia está plagada de teorías e ideas descartadas.

Sería casi ilusorio pensar que ahora, finalmente, hemos encontrado la ciencia que no será descartada. Es mucho más razonable concluir que la ciencia actual también será, en gran parte, rechazada o modificada significativamente por los científicos futuros.

Pero la inducción pesimista no es el final de la historia. Una consideración igualmente poderosa, destacada de manera prominente en los tiempos modernos por la filósofa Hilary Putnam, recibe el nombre de “el argumento de la ausencia de milagros”. Sería un milagro, según el argumento, si las predicciones y explicaciones científicas exitosas fueran simplemente accidentales o afortunadas, es decir, si el éxito de la ciencia no surgiera de haber acertado en algo sobre la naturaleza de la realidad.

Debe haber algo de razón en las teorías que, después de todo, han hecho realidad los viajes aéreos (sin mencionar los viajes espaciales, la ingeniería genética, etc.). Sería casi ilusorio concluir que las teorías actuales simplemente están equivocadas. Es mucho más razonable concluir que hay algo correcto en ellas.

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Por supuesto, los científicos pueden equivocarse acerca de la exactitud de sus propias posiciones. Aun así, hay razones para creer que a lo largo de la historia (o, en los casos de Kelvin y Michelson, en un período relativamente corto), tales errores se revelarán.

Mientras tanto, tal vez sea importante tener una confianza extrema para hacer buena ciencia. Tal vez la ciencia necesite personas que persigan tenazmente nuevas ideas con el tipo de (exceso de) confianza que también puede conducir a curiosas declaraciones sobre la imposibilidad de los viajes aéreos o la finalidad de la física. Sí, puede conducir a callejones sin salida, retracciones y cosas por el estilo, pero tal vez ese sea sólo el precio del progreso científico.

En el siglo XIX, frente a una oposición fuerte y continua, el médico húngaro Ignaz Semmelweis defendió constante y repetidamente la importancia del saneamiento en los hospitales. La comunidad médica rechazó tan severamente su idea que terminó olvidado en un manicomio. Pero al parecer tenía razón y, finalmente, la comunidad médica aceptó su opinión.

Tal vez necesitemos personas que puedan comprometerse plenamente con la verdad de sus ideas para poder lograr avances. Quizás los científicos deberían confiarse demasiado. Quizás deberían evitar la humildad intelectual.

Uno podría esperar, como algunos han argumentado, que el proceso científico –la revisión y prueba de teorías e ideas– eventualmente elimine las ideas descabelladas y las teorías falsas. La nata subirá.

Pero a veces lleva mucho tiempo y no está claro que los exámenes científicos, a diferencia de las fuerzas sociales, sean siempre la causa de la caída de las malas ideas. La (pseudo)ciencia de la frenología del siglo XIX fue derribada “tanto por su fijación en categorías sociales como por la incapacidad dentro de la comunidad científica de replicar sus hallazgos”, como señaló un grupo de científicos que pusieron una especie de último clavo en la ataúd de la frenología en 2018, casi doscientos años después de que, en su apogeo, correlacionara las características del cráneo con la capacidad mental y el carácter.

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La humildad intelectual como término medio

El mercado de ideas produjo los resultados correctos en los casos mencionados. Kelvin y Michelson fueron corregidos con bastante rapidez. La frenología y el saneamiento hospitalario tardaron mucho más, y las consecuencias de este retraso fueron innegablemente desastrosas en ambos casos.

¿Existe alguna manera de fomentar la búsqueda vigorosa, comprometida y obstinada de nuevas ideas científicas, posiblemente impopulares, reconociendo al mismo tiempo el gran valor y el poder de la empresa científica tal como está ahora?

Aquí es donde la humildad intelectual puede desempeñar un papel positivo en la ciencia. La humildad intelectual no es escepticismo. No implica duda. Una persona intelectualmente humilde puede tener fuertes compromisos con diversas creencias (científicas, morales, religiosas, políticas u otras) y puede perseguir esos compromisos con vigor. Su humildad intelectual reside en su apertura a la posibilidad, incluso a la gran probabilidad, de que nadie esté en posesión de toda la verdad y de que otros también puedan tener conocimientos, ideas y pruebas que deberían tenerse en cuenta a la hora de formarse sus mejores juicios.

Por lo tanto, las personas intelectualmente humildes acogerán con agrado los desafíos a sus ideas, los programas de investigación que van en contra de la ortodoxia actual e incluso la búsqueda de lo que podrían parecer teorías descabelladas. Recuerden, los médicos de su época estaban convencidos de que Semmelweis era un chiflado.

Esta apertura a la investigación no implica, por supuesto, que los científicos estén obligados a aceptar teorías que consideran erróneas. Lo que deberíamos aceptar es que nosotros también podríamos estar equivocados, que algo bueno podría resultar de la búsqueda de esas otras ideas y teorías, y que tolerar, en lugar de perseguir, a quienes persiguen tales cosas podría ser la mejor manera de avanzar para la ciencia y para la sociedad.

Fuente: The Conversation/ Traducción: Alina Klingsmen

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