por COURTNEY HUMPHRIES
En mayo de 2016, revista Science publicó un número especial que examina los desafíos y oportunidades de un mundo en proceso de urbanización. Titulado “Urban Planet” y con una imagen de nubes flotando sobre rascacielos en Dubái, el número se abrió con una estadística llamativa: “Más de la mitad de la población mundial ahora vive en ciudades”.
Por supuesto, ese número sería aún más impresionante si fuera realmente cierto.
“No tenemos el 50 por ciento del mundo viviendo en ciudades”, dice Karen Seto, geógrafa de la Universidad de Yale que estudia las tendencias de urbanización. “Muchas de estas personas viven en pueblos y pequeños centros”. En otras palabras, su entorno es más urbano que un pueblo rural, pero muy lejos de Dubái.
La estadística citada con frecuencia, o la idea detrás de ella, comenzó con un informe de las Naciones Unidas publicado en 2007. Anunciaba que para el año siguiente, más de la mitad de la población mundial sería urbana por primera vez en la historia, y que se esperaba que tal concentración aumentara al 70 por ciento para 2050. En 2014, la ONU revisó esa trayectoria ligeramente a la baja. El nuevo cálculo proyectó un planeta 66 por ciento urbano para 2050.
En ambos casos, para obtener esas cifras, la ONU se basó en datos de cada país sobre su población urbana. ¿Un problema? Diferentes países tienen definiciones completamente diferentes de lo que es «urbano». La población mínima de un área urbana oscila entre 10.000 personas y solo cientos (en Groenlandia, eres urbano si compartes espacio con 200 residentes). Algunos designan cualquier municipio como urbano. La definición de urbano de la India, además de considerar el tamaño y la densidad de la población, requiere que el 75 por ciento de la población masculina no esté empleada en la agricultura.
¿Un segundo problema? Cuando la estadística se cita en los medios de comunicación, revistas científicas y documentos de política, la palabra “urbano” a menudo se reemplaza por “ciudad”.
Cambiar un término por otro parece una conveniencia inofensiva. Pero dirige la atención sobre la urbanización hacia las grandes ciudades, que son lugares icónicos y visibles, y lejos de áreas menos emocionantes, como grandes extensiones de casas en la periferia de las ciudades, o municipios más pequeños pero cada vez más poblados.
Ese enfoque puede llevarnos a pasar por alto el hecho de que tales áreas presentan sus propios desafíos ambientales y sociales únicos. Las preocupaciones incluyen el uso de la tierra, la pérdida de hábitat, el transporte, las oportunidades económicas y el acceso al agua y otros servicios, que pueden ser tan importantes como los desafíos de administrar una gran metrópolis. Por ejemplo, un estudio estima que los hogares suburbanos en los Estados Unidos tienen una huella de carbono más alta que los urbanos, y que los suburbios contribuyen con la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero de los hogares en el país. Se proyecta que la expansión urbana en los Estados Unidos destruirá 50 millones de acres de bosque para 2050. También surgen preocupaciones similares en otros lugares. En China, el crecimiento urbano se tragó grandes extensiones de tierra agrícola, lo que genera preocupaciones sobre la seguridad alimentaria de una población en crecimiento.
Hay razones obvias por las que destacamos las ciudades en las discusiones urbanas, tanto fotogénicas como económicas. Si bien las grandes ciudades tienen problemas de contaminación y hacinamiento, también se las considera motores de innovación, creatividad y sostenibilidad. Son cada vez más importantes en la gobernanza global, con iniciativas como el C40 Cities Climate Leadership Group, que trabaja para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en las grandes ciudades. Son centros de riqueza en la economía global, pero también son el foco de la filantropía, como el Desafío de las 100 Ciudades Resilientes de la Fundación Rockefeller y el Desafío de Ciudades Inteligentes de IBM, que financian proyectos para abordar problemas como el cambio climático.
Pero, como muchos investigadores comienzan a enfatizar, otras formas urbanas también son importantes.
Roger Keil, profesor de estudios ambientales en la Universidad de York en Toronto, comenzó a discutir esta idea con varios colegas luego de la publicación del informe de la ONU de 2007. Se dieron cuenta de que la mayor parte de la discusión pública sobre el “siglo urbano” actual se centraba en “las dos millas cuadradas alrededor de los centros de las ciudades”, dice. Sin embargo, la mayoría de los habitantes urbanos de hoy, así como los tres mil millones más que se esperan en el futuro, probablemente estén ocupando áreas suburbanas. “¿Por qué no estamos hablando de estas extensiones suburbanas?”, se preguntó.
Keil ahora lidera un proyecto de colaboración a largo plazo en el Instituto de la Ciudad de York, llamado Global Suburbanisms, que estudia las formas, la gobernanza y la infraestructura de las áreas suburbanas de todo el mundo. El objetivo, dice, no es agrupar todas estas áreas en un solo tipo, sino catalogar su heterogeneidad y diversidad.
En las comunidades de arquitectura y planificación urbana, los suburbios a menudo se ignoran, excepto como objeto de crítica. Alan Berger, un arquitecto paisajista que codirige el Centro Norman B. Leventhal para Urbanismo Avanzado en el MIT, dice que “la megaciudad se presentó como el modelo principal que seguirá el desarrollo global, y se enseña ampliamente en las escuelas como el modelo que deberíamos intentar replicar”.
Si bien algunos países pudieron invertir en la construcción de ciudades altas y densas, dice, otras áreas en desarrollo en África, India y América Latina no tendrán los recursos financieros para crear la infraestructura que las respalde. A nivel mundial, las ciudades se están extendiendo hacia el exterior y se están volviendo menos densas, como los suburbios de Shanghái, que crecen rápidamente. Un informe del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo estima que, mientras que la población urbanizada en los países en desarrollo se duplicará para 2030, la cobertura de suelo urbano en esos países se triplicará. La ONU estima que solo una de cada ocho personas vive en una megaciudad. “Las siete de las ocho personas que no vivirán en la megaciudad del futuro van a vivir en formas horizontales de ciudades que están desconectadas de una forma u otra del centro de la ciudad más cercano”, dice Berger.
Estos lugares no necesariamente se parecen a los suburbios norteamericanos y europeos. En China, las extensiones de rascacielos suburbanos pueden ser tan densas como una ciudad estadounidense. En la India, como lo atestigua este informe del Banco Mundial, la rápida suburbanización está impulsada por viviendas baratas y trabajos de fabricación que se están alejando de las costosas ciudades del interior. Pero comparten algunos de los mismos desafíos. «Si está desconectado del núcleo denso más cercano», dice Berger, «entonces, ¿cómo lo haces más sostenible?»
En 2016, el grupo de Berger organizó una conferencia en el MIT titulada «Future of Suburbia», y coeditó un libro de 1200 páginas llamado Infinite Suburbia, publicado en 2017. El proyecto está destinado a vigorizar el pensamiento sobre los suburbios. No se trata de elegir ciudades o suburbios, dijo ice Berger, sino de reconocer la necesidad de ambos. Aboga por un enfoque llamado «biorregionalismo», que trata a las ciudades y los suburbios como un sistema holístico. «¿Cómo se pueden diseñar los suburbios para ayudar al centro de la ciudad y qué puede hacer el centro de la ciudad para retroalimentar a los suburbios?», pregunta. Pprevé que los suburbios se conviertan en áreas para aprovechar la energía solar, cultivar alimentos, administrar los suministros de agua y apoyar la vegetación y la biodiversidad de la región. Las soluciones tecnológicas, como los automóviles autónomos y los drones de reparto, podrían ayudar a reducir las superficies pavimentadas y las emisiones de gases de efecto invernadero en los suburbios, disminuyendo su impacto ambiental.
Pero suburbio, como ciudad, es un término cargado. «‘Suburbio’ realmente no tiene sentido en Bután o Nepal o incluso en India», dice Seto. Nuestras palabras típicas para describir las formas urbanas (ciudad, megaciudad, suburbio, barrio pobre) no captan la diversidad del nuevo crecimiento urbano. “Lo que está muy claro es que necesitamos un lenguaje y una diferenciación más detallada de los diferentes tipos de vida urbana y ecosistemas urbanos”, dice.
Parte del problema es que las palabras están cargadas con el peso de la historia.
En el pasado, dice Keil, “la gente tenía muy claro lo que significaba una ciudad o lo urbano, y esas cosas se consideraban lo mismo”. Cuando el auge inmobiliario de la posguerra expandió los suburbios en América del Norte y partes de Europa, “durante cincuenta años, la gente hablaba de los suburbios como distintos de la ciudad”, dice. Pero como las ciudades y los suburbios cambiaron y se desdibujaron, esa distinción ya no tiene sentido.
Mirando a través de las muchas formas diferentes en que los países definen lo urbano en los datos de la ONU, Seto dice que «‘urbano’ sugiere una mejor calidad de vida, estándares de vida más altos y más oportunidades para las personas que viven allí». Particularmente en los países en desarrollo, urbano denota un lugar donde las personas tienen acceso a trabajos, agua corriente, electricidad y otros servicios municipales.
Esa es una definición mucho más básica de urbanidad que un lugar con rascacielos y subterráneos. Y cuando piensas en «urbano» en ese contexto, pone de relieve cuántas personas aún no viven con esos servicios básicos. “Es algo muy peligroso, en un mundo que todavía es mitad rural”, dice Keil, “descalificar la experiencia de esa mitad de la población mundial que todavía vive en entornos reconociblemente rurales”.
Fuente: Undark/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez