por STEPHEN E. NASH – Museo de Naturaleza y Ciencia de Denver
El mundo cambió drásticamente el 29 de junio de 2007. Ese fue el día en que el iPhone estuvo disponible para el público por primera vez.
En la década que le siguió se vendieron más de 8500 millones de teléfonos inteligentes de todas las marcas y modelos en todo el mundo. La tecnología de los teléfonos inteligentes ha permitió que miles de millones de personas entren y participen en una nueva relación cibernética, cada vez más compleja y rápida con el mundo.
Los seres humanos han estado cayendo de cabeza en esta nueva frontera digital durante un cuarto de siglo, desde que la World Wide Web se hizo pública. Hasta hace poco, esa frontera digital seguía la ley de Moore, que establece que la potencia informática se duplica cada dos años en promedio. Con la inteligencia artificial, la realidad virtual, las redes sociales y otros desarrollos alucinantes, nuestro mundo tecnológico se vuelve cada vez más interesante, cambia cada vez más rápido y, al menos desde mi perspectiva arqueológica, se vuelve cada vez más desalentador. La rapidez del cambio tecnológico y, por extensión, nuestra relación actual con el tiempo, es innegablemente inusual cuando se compara con la larga historia evolutiva de nuestra especie.
Para ilustrar lo que quiero decir, podemos examinar la tasa de cambio tecnológico a lo largo del recorrido épico de la humanidad, desde el momento en que aparecimos por primera vez como especie en África hasta hoy. Al hacerlo, podemos obtener una mejor comprensión de la relación entre el tiempo, la tecnología y los seres humanos.
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Nuestra especie, Homo Sapiens Sapiens, nació hace unos 200.000 años (descubrimientos recientes pueden retrasar la fecha de origen a hace 300 000 años, pero por el bien de la discusión, atengámonos a la cifra bien establecida de 200 000 años. Mi punto y las ramificaciones del mismo permanecen sin cambios).
Doscientos mil años es mucho tiempo, y es un número difícil de comprender. Entonces, convirtamos ese número grande e insondable en algo que todos podamos entender. ¿Qué tal un solo año calendario?
Para poner 200.000 años de evolución humana en una escala de año calendario, primero debemos determinar cuánto duraría un año calendario real en esa escala. Así es como funcionan las matemáticas: un año son 365 días; 365 días son 8.760 horas; 8.760 horas son 525.600 minutos; y 525.600 minutos son 31.536.000 segundos. Cuando dividimos 31.536.000 segundos entre 200.000 años, determinamos que un año calendario real pasa en 158 segundos, o dos minutos y 38 segundos, en nuestro año calendario escalado. Una década termina en 1577 segundos, o 26 minutos y 47 segundos. Un siglo se completa en cuatro horas, 22 minutos, 48 segundos. Y así.
Ahora que entendemos estos números, podemos poner eventos significativos en la historia humana en nuestra línea de tiempo del año calendario. La primera es fácil: nuestra especie nació en África hace 200.000 años, que es la medianoche del 1 de enero.
Los humanos emigraron por primera vez fuera de África hace 100.000 años, más o menos, que es el 1 de julio en nuestra línea de tiempo. Dejen que eso se remoje por un momento: durante la mitad de nuestra existencia como especie, vivimos en África o muy cerca de ella.
Los humanos modernos entraron en Europa hace unos 40.000 años. Ese evento ocurrió a la medianoche del 20 de octubre de nuestra línea de tiempo del año calendario, cuando ya había pasado el 80 por ciento de la existencia de nuestra especie.
Los arqueólogos coinciden en que la agricultura se unió a nuestro repertorio tecnológico hace unos 12.000 años en Oriente Medio. Eso es el 10 de diciembre a las 2:24 a. m. en nuestra línea de tiempo del año calendario.
La Revolución Industrial, una transición tecnológica de décadas que marca el comienzo, o al menos hace posible, la era moderna, ocurre en las primeras horas de la tarde del 31 de diciembre, en la víspera de Año Nuevo. Consideren las implicaciones de ese hecho: el 99,9 por ciento de la existencia de nuestra especie ya había terminado antes de que entráramos en un contexto tecnológico que es remotamente cercano al moderno. Pero si lo piensan bien, la Revolución Industrial es arcaica en comparación con la actualidad. Sin plásticos. Sin autos. Sin televisión. Sin radio. Sin teléfonos y mucho menos smartphones. La Revolución Industrial marca el comienzo de una era notablemente diferente para nosotros como especie, sin embargo, ocurrió durante el último 0,1 por ciento de nuestro tiempo en este planeta. ¡Guau!
¿Qué pasa con el iPhone? Aparece en nuestra línea de tiempo a las 11:31 p.m. en la víspera de Año Nuevo, dentro de la última media hora de nuestra línea de tiempo del año calendario.
Ahora debería quedar claro que, cuando se examina desde esta perspectiva, la relación de la humanidad con la tecnología, con el cambio y con el tiempo, se encuentra en un territorio desconocido. El rápido cambio tecnológico es nuestra nueva normalidad. Nuestros antepasados, las personas que nos precedieron durante el 99,9 por ciento de la existencia de nuestra especie, estarían aterrorizadas ante la rápida tasa de cambio que esperamos actualmente. Sería totalmente extraño para ellos. Y, en cierto modo, todavía nos resulta ajeno.
La pregunta es, por supuesto, ¿qué significa todo esto?
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Puedo pensar en tres puntos que vale la pena enfatizar.
Primero, debemos reconocer que nuestra experiencia actual del tiempo es inusual: se está volviendo cada vez más precisa y granular. Los eventos importantes y los horarios sobrecargados ocurren cada vez más rápido con cada vez menos posibilidades de una verdadera relajación.
¿No les resulta curioso que a menudo digamos que no tenemos suficiente tiempo, incluso cuando la tecnología nos da la capacidad de hacer más y más, y cada vez más rápido? Es contraintuitivo. Se supone que la tecnología hace que nuestras vidas sean más fáciles y placenteras. Como resultado, deberíamos tener más tiempo libre, no menos. Pero no es así. Nos quejamos cuando un vuelo se retrasa una hora, sin maravillarnos por el hecho de que acabamos de volar 800 kilómetros en una hora. No fue hace tanto tiempo, un siglo como máximo, que un viaje de 800 kilómetros tomaba semanas, si no meses, y era potencialmente mortal. Ahora vemos Netflix, bebemos Bloody Marys y nos quejamos.
En segundo lugar, debemos reconocer que la gran mayoría de las personas en la Tierra creen que el tiempo es lineal, con una dirección que va del pasado al presente y al futuro. Pero esa es una construcción cultural reciente. Es importante tener en cuenta que durante la mayor parte de la existencia de nuestra especie, los humanos entendíamos que el tiempo era cíclico, con días, estaciones y años que se repiten naturalmente, todo lo cual guiaba nuestro comportamiento y actividades. El registro arqueológico sugiere que los sumerios, en lo que ahora es Irak, desarrollaron el primer calendario lineal hace unos 5.000 años. ¡Eso es el 21 de diciembre en nuestra línea de tiempo del año calendario!
Finalmente, parecería que somos adictos a la tecnología “nueva y mejorada”, quizás por sí misma. Hay muchas razones para esto, incluidos los programas de desarrollo de productos capitalistas, las campañas de marketing y la psicología moderna del consumidor. El registro arqueológico, sin embargo, nos muestra muy claramente que «viejo y perfecto» funcionó de manera sostenible durante la gran mayoría de la existencia de nuestra especie.
¿Qué pasaría si volviéramos a celebrar la ronda estacional por lo que es: un contexto natural y rítmico para nuestras vidas? ¿Y si volviéramos a honrar un “paleotiempo” cíclico? Ya lo hacemos en vacaciones: dormimos cuando estamos cansados y nos levantamos cuando descansamos. Y estamos notablemente más felices como resultado. Eso sí, no estoy abogando por un sistema caótico. Existen biorritmos naturales, y los humanos normalmente se adhieren a ciclos de vigilia-sueño razonablemente predecibles.
Sin embargo, estoy sugiriendo que volvamos a un estilo de vida programado con menos precisión que el que tenemos actualmente. La tasa cada vez mayor de cambio tecnológico en nuestras vidas ha llevado a una adhesión servil a segmentos de tiempo cada vez más refinados y precisos en nuestras vidas. Tengan en cuenta que tal dominio y precisión temporal solo ocurrió en los últimos cientos de años (desde la Revolución Industrial), una porción ridículamente pequeña del tiempo de nuestra especie en este planeta.
Escucho lo que están pensando: «Mi apretada agenda nunca permitiría tal cambio». Pero ese es exactamente mi punto: nuestro enfoque occidental sobreprogramado, hiperpreciso del tiempo no nos permite detenernos y oler las rosas, y mucho menos disfrutar de la naturaleza, pensar profundamente o aprender un nuevo pasatiempo o habilidad. Si estas tendencias continúan, a medida que el cambio tecnológico se vuelva cada vez más rápido, es probable que las porciones de tiempo que experimentamos sean cada vez más pequeñas, nuestras vidas estarán cada vez más estresadas y el problema se agudizará. ¿Dónde está el punto de quiebre?
El tiempo cíclico, por otro lado, es más fluido y no es susceptible a tal compactación que reduce el tiempo. Por lo tanto, se presta a una forma de vida más relajada, una que no esté dominada por el cambio tecnológico por sí mismo. Un regreso al tiempo cíclico podría facilitar el regreso a una forma de vida para la cual nuestros cerebros, corazones y almas evolucionaron durante cientos de miles de años.
Hablando de eso, creo que es hora de que tome una siesta.
Fuente: Sapiens/ Traducción: Alina Klingsmen