por MATTHEW WILLS
Gods of the Upper Air, el libro del politólogo Charles King, relata cómo un círculo de antropólogas luchó contra el racismo, la eugenesia y el etnocentrismo científico en la primera mitad del siglo XX. El libro de King, escrito como una especie de biografía colectiva, entrelaza la vida y obra de Margaret Mead, Ruth Benedict, Zora Neale Hurston y Ella Deloria, todas alumnas y discípulas de Franz Boas.
Boas, inmigrante judío alemán con cicatrices de duelos, fue el centro volátil de este círculo. Como fundador de la antropología cultural, “Papá Franz” desafió las nociones reinantes de raza y cultura. Sus estudiantes hicieron lo mismo, agregando sexo y género a la mezcla. Esto les hizo conseguir muchos enemigos, incluida la administración de la Universidad de Columbia, donde, a partir de 1897, Boas tuvo su sede.
Evidentemente, Boas todavía tiene enemigos, y no solo entre las fuerzas resurgentes del nacionalismo. A partir de la década de 1960, el «antirracismo científico» de Boas fue atacado por académicos posmodernistas y poscolonialistas. Estas críticas las resume el antropólogo Herbert S. Lewis en su defensa del legado de Boas: “Vivió su vida al servicio precisamente de los valores profesados por muchos de sus críticos, y logró resultados positivos que pocos estudiosos han igualado jamás. Si bien es cierto que los mejores esfuerzos de cualquier persona pueden salir mal, y la erudición de uno puede ser mal utilizada y pervertida por otros, creo que los críticos de Boas hasta ahora no han podido demostrar que este haya sido el caso”.
Una vez gigante en el campo, posteriormente reducido en tamaño y luego colmado de calumnias, vale la pena inspeccionar el trabajo de Boas nuevamente en nuestro propio tiempo difícil. La clave de esta retrospectiva es una comprensión de los Estados Unidos en los que vivía Boas. Era un lugar estudiado muy de cerca por los nazis, quienes utilizaron el sistema estadounidense de apartheid racial como modelo para su «solución final». El sistema judicial de Estados Unidos había declarado quién era y quién no era blanco. Por ejemplo, los chinos no lo eran (1878), pero los sirios sí (1910). Los estados tenían «imbéciles» esterilizados, una práctica eugenésica validada por la Corte Suprema en 1927. El matrimonio interracial era ilegal, y esto siguió siendo ley en dieciséis estados hasta 1967. A las mujeres estadounidenses que se casaban con hombres extranjeros no blancos se les despojaba de su ciudadanía por la Ley de Mujeres Casadas de 1922.
Uno de los libros favoritos de Hitler fue la popular pseudohistoria estadounidense, The Passing of a Great Race (1916), del patricio Madison Grant, quien una vez había exhibido a un africano en el zoológico del Bronx. Grant creía que los «teutones» estaban siendo reemplazados por razas menores. La Primera Guerra Mundial hizo que Grant cambiara el nombre de la supuesta “raza” de primer nivel (Boas pondría la palabra entre comillas) a “nórdicos”. También se atribuyó el mérito personal de ayudar a detener la inmigración de Asia y limitar severamente a los pueblos no «nórdicos» de Europa con la Ley de Inmigración de 1924.
Gran parte de la jerarquía racial estadounidense se basó en una ciencia que resultó ser endeble en el mejor de los casos y completamente falsa en el peor de ellos. El combativo Boas se opuso a las falsas racionalizaciones del racismo, así como a la supuesta clasificación evolutiva de las razas que fomentaba esta pseudociencia. Como antropólogo, su punto más importante fue también el más simple: la suposición de que la propia cultura o «raza» era superior a las demás no solo era incorrecta sino dañina.
Juzgar el pasado según los estándares de hoy es siempre un juego perdido. Pero en su propio contexto, Boas luchó contra el colonialismo estadounidense y el ascenso del fascismo, luchó por las libertades civiles y la libre inmigración. Como dice Lews: “Era tan clarividente y perspicaz como cualquiera en su época, un oponente del racismo, el etnocentrismo, la desigualdad, el chovinismo, el imperialismo, la guerra, la censura, la hipocresía política y los eslóganes confusos”.
Como revela el libro de King, Boas, el anciano profesor brusco, también fue inusualmente acogedor con las mujeres en el campo. El “campo” es aquí tanto figurativo —antropología académica— como literal. Mead fue famosamente a Samoa. La menos conocida Deloria fue a las Grandes Llanuras. Hurston, ahora más conocida, se fue a la zona rural de Florida poco después de que un pogromo contra los negros en Ocoee obligara a cientos de familias afroamericanas a convertirse en refugiados en su propio país. Hurston empacó un arma, porque se estaba aventurando en el territorio salvaje del racismo estadounidense.
Fuente: Jstor/ Traducción Walter A. Thompson