por ANNA GOLDFIELD
El sudoeste de Finlandia no es un buen lugar para que los arqueólogos encuentren nada más que los restos más resistentes. Las agujas de pino que caen al suelo del bosque boreal acidifican el suelo y devoran todo lo que pueda estar enterrado en ellos. Y los inviernos helados, combinados con los deshielos primaverales, hacen que los artefactos se desmoronen rápidamente con el tiempo.
Entonces, cuando la estudiante de doctorado Tytti Juhola y la arqueóloga Amanda Henry se propusieron explorar cómo era la vida de las personas que habían vivido en la región durante la Edad del Hierro, alrededor del 600 al 1200 d.C., decidieron buscar en un lugar inesperado: entre los dientes de las personas enterradas en el cementerio de Luisari.
La evidencia arqueológica no se compone solo de vasijas de cerámica, herramientas, huesos o arquitectura en ruinas; parte de ella es mucho, mucho más pequeña. Los “microrestos” apenas están comenzando a ser reconocidos como pequeñas piezas importantes del rompecabezas arqueológico que pueden ayudar a los científicos a reconstruir la forma en que vivía la gente en el pasado.
Los espacios entre los dientes humanos son una fuente particularmente abundante de microrestos. Las partículas de lo que nos llevamos a la boca tienden a adherirse a la placa que se acumula en los dientes (una de las muchas razones por las que los dentistas nos imploran que nos cepillemos los dientes y usemos hilo dental). Con el tiempo, esa placa puede endurecerse y convertirse en un material llamado cálculo dental, atrapando pequeños registros de la dieta de una persona, cualquier medicamento que haya tomado e incluso cómo usó su dientes como herramientas. El estudio del cálculo dental y las pequeñas pistas atrapadas en él es un campo relativamente nuevo, pero ya se ha aplicado a muchas cuestiones arqueológicas intrigantes, como la del contenido de la dieta neandertal.
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El cementerio Luistari fue excavado entre 1968 y 1992, dejando una colección de restos humanos de fácil acceso para estudiar (en Europa, en comparación con otras partes del mundo, la excavación de restos humanos rara vez se considera problemática). El equipo examinó de cerca 32 muestras de cálculo dental de esos restos, junto con un puñado de muestras de sedimento que habían sido clasificadas durante las excavaciones originales como “materia orgánica no identificada” o, más simplemente, “suciedad”.
Para Henry, arqueóloga de la Universidad de Leiden, y Juhola, que finaliza su trabajo doctoral en la Universidad de Helsinki, el objetivo original era buscar fitolitos: una especie de esqueleto inorgánico que las plantas construyen durante su vida. Los fitolitos se forman a partir de partículas minerales microscópicas arrastradas junto con el agua subterránea a los tejidos de una planta. A medida que estos minerales se depositan dentro y alrededor de las células de la planta, forman una especie de andamio que fortalece la planta. Una vez que la planta muere y se descompone, esas partículas minerales pueden permanecer intactas durante cientos o incluso miles de años. La forma del fitolito depende del tipo de células vegetales de las que alguna vez provino, por lo que estas pequeñas formas a menudo se pueden usar para identificar las plantas que crecían dentro y alrededor de un sitio arqueológico, o que alguien se llevó a la boca.
Dio la casualidad de que el dúo solo pudo encontrar un fitolito y no estaba ni cerca de un diente. Lo encontraron en una muestra de sedimento que provenía de un brazalete en el brazo de un individuo que había sido doblado sobre donde solía estar su estómago. Es posible que el fitolito proviniera del estómago de esa persona, pero la evidencia era demasiado escasa para respaldar conclusiones firmes sobre de dónde procedía, qué era o qué significaba. La arqueología está llena de casos como este: pistas tentadoras y pequeños fragmentos de información que no pueden usarse para sacar conclusiones, pero que pueden sumar importantes líneas de evidencia. Entonces, si Juhola y Henry no encontraron los fitolitos que esperaban, ¿qué encontraron?
El cálculo dental de los dientes de Luistari incluía microrestos de plumas de aves, huevos de parásitos intestinales y fragmentos de pelo de animales.
Los fragmentos de plumas de ave podrían haber llegado a la boca desde una almohada de plumas o simplemente al inhalar mientras desplumaba un ave. Las investigadoras no pudieron delimitar las especies de parásitos intestinales de los huevos que encontraron, pero su presencia indica que podría haber habido algunos problemas digestivos o problemas de salud e higiene entre estas personas de la Edad del Hierro. Algunos de los pelos de animales fueron identificados como pertenecientes a ovejas o cabras. No tenían rastros de tinte, lo que significa que si estas fibras procedían de textiles, probablemente procedían de la etapa inicial de procesamiento de los hilos de lana. Es posible que algunos pelos de ciervo o alce procedieran de las pieles que se utilizaban tradicionalmente como coberturas funerarias en la Finlandia de la Edad del Hierro.
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Estos detalles son pequeños, pero añaden textura a una imagen de vidas humanas vividas hace mucho tiempo. Quizás algunas de las personas enterradas en Luisari pasaban sus días hilando lana. Quizás algunos de ellos tenían un dolor de estómago persistente. Cuando estas personas morían, quienes las lloraban se aseguraban de que fueran enterradas con bienes de alta calidad, como pieles de alce, telas tejidas, almohadas de plumas o el brazalete que ocultaba el fitolito.
Hablé con Henry sobre los microrestos y estuvo de acuerdo en que este campo en desarrollo tiene un gran potencial, en particular para abrir una ventana a los alimentos vegetales que comía la gente. Desafortunadamente, señaló Henry, los investigadores en este campo en desarrollo a veces pueden sacar demasiado provecho de muy poco. Un grano de almidón no necesariamente representa una imagen completa de la dieta de un individuo, anotó.
La postdoctorada Kristen Wroth de la Universidad de Tübingen, que también estudia los microrestos de plantas, me explicó algunos de los beneficios y desventajas de la investigación de fitolitos en particular. Aunque estos diminutos fósiles de plantas se conservan bien, señaló, no son indestructibles. Y la forma de un fitolito no necesariamente deja claro de qué tipo de planta proviene: una sola planta puede producir muchas formas diferentes de fitolitos en sus diferentes células, y muchas plantas dentro de la misma familia se ven bastante similares a nivel celular. Los investigadores a menudo pueden decir si un fitolito proviene, por ejemplo, de una planta leñosa o de un pasto, pero puede resultar extremadamente difícil hacer una identificación más específica.
Pequeñas partículas encontradas en la boca de un individuo podrían proporcionar pistas tentadoras sobre la vida antigua, añadió Wroth, pero no deberían ser la única evidencia del comportamiento humano. Después de todo, son sólo pequeñas piezas del rompecabezas. En cambio, deberían complementar otros análisis de materiales en un sitio arqueológico. Incluso la suciedad que los arqueólogos retiran de un sitio puede ser una valiosa fuente de información. Una mirada microscópica a los suelos y sedimentos arqueológicos puede indicar cosas como el flujo de agua o cambios en el clima.
A medida que se disponga de más muestras de cálculo dental procedentes de nuevos proyectos arqueológicos o de colecciones de museos, se espera que la evidencia escondida entre los dientes humanos sea más fácil de interpretar. Y todos esos dientes sin hilo serán una bendición para la arqueología.
Fuente: Sapiens/ Traducción: Maggie Tarlo