por JUAN MANUEL JIMÉNEZ ARENAS y JOSÉ YRAVEDRA SAINZ DE LOS TERREROS
Sábado por la tarde en Piedradura. Las familias Picapiedra y Mármol se disponen a pasar un rato de asueto. Visita a la bolera y al Bronto Burger para degustar las famosas costillas de brontosaurio.
Recordamos esta escena de la pequeña pantalla pero pocas veces nos preguntamos cómo se alimentaban nuestros antepasados más remotos. ¿Eran pobres criaturas perseguidas por el hambre? ¿Cuáles eran las especies que consumían? ¿Cómo obtenían la carne, carroñeaban o cazaban? ¿Cómo la procesaban?
¿Dónde buscar?
En los yacimientos arqueológicos del Paleolítico aparecen, en no pocas ocasiones, grandes cantidades de huesos fósiles. Así ocurre en los yacimientos granadinos de Barranco León y Fuente Nueva 3 (Orce, cuenca de Guadix-Baza, Geoparque de Granada).
No obstante, la sola presencia de partes de la osamenta de especies extintas no nos habla de las especies consumidas por los homínidos, ni de qué partes comieron. Tampoco de cómo la obtuvieron, ni de cómo accedieron a los paquetes cárnicos, ni siquiera de la competencia que podía haber respecto a otros depredadores.
Hay una disciplina, la tafonomía, que, en palabras del paleontólogo español Sixto R. Fernández López, aspira a explicar cómo se ha producido y qué modificaciones ha experimentado el registro fósil, desde la muerte del ser vivo hasta el análisis por parte del especialista. También estudia las huellas de sus actividades. En el caso de los humanos prehistóricos, las marcas de corte que produjeron al separar la carne de los huesos y las de fractura al romperlos para conseguir el tuétano.
Los primeros indicios de cultura
Los útiles tallados en piedra son unas de las expresiones culturales más antiguas que se conocen. Los ejemplos más remotos nos llevan hasta hace 3,3 millones de años. Concretamente a Lomekwi, un yacimiento que se encuentra en Kenia.
Uno de los objetivos que persiguieron nuestros antepasados al fracturar rocas duras era conseguir filos cortantes con los que procesar los cadáveres de los animales de los que se alimentaban. Estos elementos son muy abundantes en los yacimientos de Orce. También piedras más contundentes con las que quebrar los huesos para acceder a la médula ósea.
Así, con el concurso de estas herramientas, pudimos llegar a donde nuestra naturaleza no alcanzaba y participar de los festines que la rica y abundante fauna de Orce nos proporcionaba. Que conste que no somos los únicos primates que consumen carne. Nuestros parientes más cercanos, los chimpancés, también la comen. Pero sospechamos que los humanos que vivieron en el norte de la provincia de Granada hace 1,2 millones de años la devoraban con más frecuencia.
El bestiario de Fuente Nueva 3
El consumo de carne pudo haber incrementado las probabilidades de subsistencia de los primeros Homo, y más concretamente en ambientes mediterráneos en los que los veranos son tremendamente secos. Así las cosas, los alimentos de origen vegetal escasearían, en comparación con la primavera y el otoño, y la carne y la grasa animal compensarían tal déficit.
En Fuente Nueva 3, por ejemplo, nos encontramos con un auténtico bestiario de la Prehistoria. Junto a los humanos vivieron mamuts, hipopótamos, rinocerontes, diferentes especies de bóvidos, caballos, ciervos de distinto tamaño, cabras, también tigres dientes de sable, hienas gigantes, perros salvajes, chacales y osos.
Además, también compartían espacio con animales de menor talla pero igualmente importantes. De entre ellos, destacaremos las tortugas, menos glamorosas pero que han formado parte de la dieta de los humanos desde tiempo inmemorial. Así lo atestiguan algunas marcas de corte aparecidas en sus huesos.
Las marcas de los huesos: el menú del día
Hay diferentes agentes que pueden dejar marcas sobre los huesos. Algunos son biológicos: improntas de mordeduras de carnívoros –diferentes en función de las especies–, de roedores, de insectos, etc.; roturas en los huesos debidas a la presión ejercida por las mandíbulas, sobre todo, de las hienas; y, además, estrías de corte provocadas por las afiladas lascas de roca tallada y las fracturas infligidas con contundentes cantos de piedra. También se producen surcos debidos a la acción del propio sedimento que, a veces, se confunden con las propias marcas de corte. Reconociéndolas adecuadamente, nos podemos acercar al menú de los humanos que vivieron en Orce hace 1,2 millones de años.
¿Qué especies se consumieron? A partir de las excavaciones llevadas a cabo desde 2017 a 2020, sabemos que fueron muy diversas. Esto no significa que las comieran al mismo tiempo, puesto que Fuente Nueva 3 es un yacimiento complejo que se formó en diversos momentos de la historia.
Hipopótamos, caballos, ciervos, bóvidos, tortugas y otros animales crudos formaron parte del menú diario de nuestros antepasados. En cuanto a las partes que ingerían, no hay mucha diferencia con la actualidad: patas, costillas y vísceras centraban las preferencias. Esto lo sabemos por la posición exacta de las marcas, situadas en las articulaciones o cerca de donde se disponen las entrañas.
¿Caza o carroñeo?
No lo podemos asegurar. Podemos confirmar que, con la tecnología de la que disponían, no podrían matar a los animales de mayor tamaño. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los restos encontrados pertenece a animales que pesaban más de 225 kg y muchos, más de 900 kg.
Lo que sí podemos plantear a partir de nuestros estudios es que los humanos llegaron temprano a los cadáveres y pudieron acceder a las partes más nutritivas de los mismos. Por tanto, no se trataba de pobres criaturas perseguidas por el hambre. Más bien, de grupos con un avanzado conocimiento del territorio, concretamente de los lugares donde los herbívoros podían morir. Sabían dónde encontrar las rocas con las que fabricar las herramientas, y tenían una gran capacidad organizativa para tratar de igual a igual a los soberbios carnívoros con los que, a veces, competían por llegar antes a los cadáveres.
Por tanto, si como parece el carroñeo se imponía, ¿los recursos animales se cazaban o se recolectaban? El carroñeo es una forma de recolección que puede ser compatible con la caza. Así, hace 1,2 millones de años, en otros sitios, los humanos ya cazaban. Pero en Orce quizás no les hiciese falta correr tal riesgo.
¿Por qué nos fascina la caza?
Buena parte de las imágenes que se transmiten de la Prehistoria corresponden a escenas de caza. Valientes hombres enfrentados a colosales bestias indicarían que la actividad cinegética podría ser cotidiana. Sin embargo, los !Kung, una población de recolectores-cazadores que vive en el desierto del Kalahari, abaten solo tres antílopes por año. Y eso que disponen de una tecnología más avanzada que la encontrada en Orce.
La caza sacia nuestra ansia de dominación sobre la naturaleza. Esto forma parte de un sesgo, un prejuicio, conocido como antropocentrismo. Por otro lado, la carne es un símbolo de estatus, un acto que muestra la capacidad social de quien puede consumirla y también compartirla. Que la carne formaba parte de la dieta durante el Paleolítico es un hecho, aunque un reciente trabajo reduce su importancia. Además, los alimentos de origen vegetal formaron parte fundamental del menú diario, solo que sus evidencias son mucho más escasas.
A esto debemos añadir que la recolección se ha asociado tradicionalmente a las mujeres, y sabemos que los trabajos feminizados tienden a invisibilizarse. Así, recurriendo a otro sesgo, el androcentrismo, se “naturaliza” una supuesta diferenciación sexual de las actividades para la que, hasta bien avanzada la Prehistoria (con los neandertales), no tenemos evidencias. Y si no, vean Los Picapiedra.
Fuente: The Conversation