Esos viejos y polvorientos libros de antropología

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por MATT THOMPSON  

Este verano comencé un nuevo trabajo. Mi puesto anterior, en museos y colecciones especiales, estaba financiado con subvenciones. Trabajamos ese contrato hasta que se acabó el dinero. Y aunque me gusta pensar que deseaban poder retenerme, los presupuestos de las organizaciones sin fines de lucro son extraordinariamente ajustados. Estaba de vuelta en el mercado laboral. De diez solicitudes de empleo enviadas a una amplia variedad de instituciones diferentes, obtuve una entrevista en una biblioteca pública, que se convirtió en una oferta y la oportunidad de cambiar la trayectoria de mi carrera una vez más. Estaría dando un paso más lejos de la educación superior hacia una profesión que se encuentra en algún lugar del espectro entre la educación primaria y la administración pública.

Mientras tanto, mi metamorfosis profesional acompañó a una metamorfosis personal. Empecé a sentir cierto descontento en casa. De vez en cuando me siento abrumado por la cantidad de cosas que acumulo como estadounidense de clase media. Siento que mi hogar y mis posesiones no reflejan verdaderamente quién soy, mis intereses y la forma en que quiero vivir, sino quién era yo y las formas en que solía vivir. Pasaron casi cinco años desde la última vez que me mudé, cinco años desde mi última gran purga de cosas. Y esta vez eran todos esos viejos y polvorientos libros de antropología en el estante los que estaban en mi punto de mira.

La presencia física de libros académicos en mi estantería llegó a encarnar dos conflictos emocionales que me sentí obligado a superar.

El primero, que sin duda todos comparten, es la bibliofilia y el amor por el coleccionismo. ¡Los libros son cosas maravillosas! La antropología, con sus inclinaciones esotéricas, produce algunas obras realmente sorprendentes y que abren puertas a la percepción. Y esto por no hablar de los recuerdos ligados a los marginales. Los libros que fueron regalos. Los libros que compré pero nunca leí. Los libros de esa clase con el profesor que amaba. Los libros de esa clase con el profesor que odiaba. El libro que me hizo decir: «Quiero escribir un libro como este». Una y otra y otra vez.

Todas estas cosas acumulan polvo.

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El segundo, que algunos conocerán pero no todos reconocerán, es la colección de libros como tótem. Un símbolo que representa la profesionalización. Para un antropólogo profesional, una biblioteca personal es una herramienta indispensable para la investigación, la enseñanza y la socialización entre pares. No soy un antropólogo profesional, soy un bibliotecario profesional. Estos libros son herramientas para un trabajo que ya no realizo. Sin embargo, aunque mi mente racional llega rápidamente a estas conclusiones lógicas, todavía hay una voz en el fondo de mi cabeza que dice: «Tal vez regreses». Una voz que rápidamente cambia a: «Deberías volver». Es difícil desconectarse de las dudas, ¿saben? Especialmente después de toda la energía y los recursos invertidos en obtener las credenciales para ser un antropólogo profesional.

A veces todavía bebo antropología de texto, pero seamos honestos. No vamos a volver a estar juntos.

En las dos semanas entre el final de un trabajo y el comienzo del siguiente, limpié la oficina de mi casa. Dos cestas de ropa sucia con libros marcados como DESCARTADOS al contenedor de reciclaje. Dos cestos de ropa sucia repletos de artículos fotocopiados y capítulos de libros, fuera de aquí. Vendí y regalé otros treinta libros a amigos, colegas y antiguos alumnos. Me rompió el corazón. No es tan difícil como limpiar la casa de mi madre después de su muerte, pero más o menos así. Me molestó a nivel psíquico. Todo el proceso me puso de muy mal humor y durante varias semanas no pude dejar de discutir con mi esposa. Finalmente, después de que se acabó la basura y la crema pasó a mis compañeros académicos, cargué media docena de cajas y llevé las copias limpias a varias librerías de usados donde cambié lo que pude por discos de vinilo.

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Todavía queda mucho por hacer. Todavía tengo que enterrar los restos de mi trabajo de campo de tesis. Pero claro, todavía tengo un contenedor debajo de mi cama lleno de recuerdos de mi madre y ella desapareció hace casi siete años. Bueno, esas son preocupaciones para otro día y al menos se lograron algunos avances. ¡Y miraen estos estantes ordenados! Es difícil dejarlo ir, pero me alegro de haberlo hecho.

Fuente: AnthroDendum/ Traducción: Alina Klingsmen

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