Cholas impuras

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por OLGA RODRÍGUEZ-ULLOA – Universidad de Indiana

El breve clip de una mujer vestida con un atuendo indígena tradicional, apuntando su huaraca (u honda) contra un helicóptero militar, circuló profusamente en TikTok y YouTube en diciembre de 2022. Fue tomada por un testigo durante una de las protestas en la provincia surandina de Andahuaylas, Apurímac, también uno de los primeros pueblos en rebelarse contra el gobierno interino de Dina Boluarte, exvicepresidenta de Pedro Castillo. Otras versiones de esta imagen hacen más impactante el enfrentamiento al acortar la distancia entre la mujer huaraca y la máquina. Muestran simbólicamente la resistencia material del pueblo contra un estado asesino alineado con las prácticas igualmente letales de las élites económicas y financieras que representa.

Varias otras imágenes de mujeres indígenas al frente de la lucha social actual se volvieron a publicar a nivel nacional e internacional. Mujeres con banderas peruanas, de luto por nuestras muertes, que se enfrentan a fuerzas policiales completamente armadas, y que llevan sobre sus hombros pedazos de cartón cortados para parecerse a un mapa de Perú, son algunos de los ejemplos. La mayoría de ellas permanecen en el anonimato. Otras se hicieron públicas, como el caso de Aida Aroni Chillcce, quien fue torturada por la policía pero rápidamente liberada gracias al alboroto público. Aquí, quiero resaltar lo que parece ser un fenómeno social novedoso: la empatía, el reconocimiento y el orgullo de celebrar la fortaleza de las mujeres indígenas como parte de una herencia chola compartida.

Un sólido corpus histórico de investigación demuestra la continua defensa de la vida y la tierra por parte de las mujeres durante los llamados tiempos de guerra y paz, eso es incuestionable. Lo que ha cambiado es la mirada. Si bien es cierto que también hemos sido testigos de un sinfín de ejemplos de racismo desde diciembre (algunos contra la mencionada luchadora Aida), también es significativo cómo miles de peruanos exaltaron en sus redes sociales las figuras de mujeres campesinas e indígenas poniendo sus cuerpos en peligro, viajando durante días, cuidando a otros manifestantes y a sus hijos, cocinando, organizando, hablando en público y explicando a audiencias nacionales e internacionales las fechorías de los oligarcas políticos y económicos.

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La riqueza de la época colonial y republicana no hubiera sido posible sin la extracción de trabajo, sexo, reproducción, cuidado y maternidad de las mujeres indígenas, cholas y negras. Quisiera recalcar que esta celebración de las mujeres indígenas va más allá de las modas de consumo trilladas. Lo que veo aquí no debería descartarse tan fácilmente como un fetiche de las mujeres indígenas (aunque la tensión sigue siendo evidente), sino como el potencial de una reivindicación más esperanzadora de una herencia compartida.

Esta nueva posibilidad de reconocer una indigeneidad chola compartida puede ser el resultado de muchos factores. Por un lado, tenemos la organización sostenida de grupos feministas y transfeministas de base que preceden a las marchas de Ni Una Menos de 2016; por el otro, la movilización de discursos, investigación, escritura y artes visuales que, a través de muchos contextos y formas, entraron sin disculpas (y en muchos sentidos dominando) en los circuitos culturales contemporáneos. Esta reciente autonomía de las instituciones que históricamente ordenaron el consumo cultural es el resultado de una ardua autogestión y organización.

Uno de los aportes más importantes de los transfeminismos peruanos actuales es su crítica directa al racismo dentro del propio feminismo. Esta crítica nunca fue tan poderosa y tan plenamente articulada como lo es hoy. Sí, hubo casos en que las feministas debatieron en privado y en público sobre las diferencias raciales y de clase. Por ejemplo, mujeres de clase trabajadora y migrantes que se organizaron para alimentar a sus familias y vecinos en los años ochenta (en medio de la crisis del “conflicto interno” entre el gobierno y Sendero Luminoso) expresaron sus múltiples descontentos. Uno de los pocos registros de esto son los escritos de María Elena Moyano, quien criticaba abiertamente el privilegio entre las feministas.

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Hoy en día, podemos leer, ver, escuchar y bailar con el trabajo transfeminista de cholas que comunican con enojo y alegría las injusticias del racismo. Esto no es simplemente una exaltación del conflicto por el conflicto mismo. Más bien sirve para cuestionar, reelaborar y desestabilizar lo que a veces es nuestro propio odio hacia nosotros mismos, profundamente internalizado, que puede tomar la forma de una negación flagrante, una aceptación silenciosa o simplemente una indiferencia total para reconocer nuestra propia indigeneidad, color marrón y/o negritud. Es gracias a la violencia de este transfeminismo confrontacional, tan harto de racismo, que las imágenes de las cholas en la calle significan más que una forma ornamental de indigeneidad.

Feminismo impuro

Conocí a Geraldine Zuasnabar durante las dos semanas de tregua navideña el pasado diciembre en Huancayo. Geraldine es una de las personas detrás del proyecto Chola Contravisual (o CC) desde 2015. El viaje de CC comenzó en Lima, cuando Geraldine era una estudiante de cine huancaína provincial en la predominantemente blanca y exclusiva Universidad de Lima. Allí tuvieron acceso a buenos equipos y una vista de primera fila del espectáculo de la sociedad limeña de clase alta y media. Una vez que terminaron sus estudios, CC se mudó a Huancayo para buscar la descentralización cultural, viviendas más baratas y cielos más azules. La transición presentó diferentes desafíos.

CC opera también desde Huancayo y Ayacucho, y cuenta con un amplio repertorio de producciones, que incluyen videos musicales con músicos locales y regionales, clips que documentan protestas y concentraciones feministas, entrevistas con cantantes folclóricas travestis y la miniserie de YouTube sobre la pandemia “Mejor chola que mal acompañada”.

CC no se limita a una denuncia del racismo. No son cholas resentidas siempre preocupadas por los blancos, atrapadas en un ciclo de duelo como insinuó un psicoanalista hace años. Chola Contravisual explora nociones como el amor radical (munay en quechua), la justicia erótica y el goce moreno y negro. Geraldine comparte conmigo que el núcleo mismo de su proyecto está arraigado en las experiencias de vida de sus madres y abuelas, en la historia oral, el conocimiento experiencial, el exceso de borrachera, las frustraciones y nuevamente el amor radical que habitan las mujeres cholas. Como cholas queer, pansexuales y no binarias, ellas también tienen que ir en contra de esta vieja enseñanza y crear nuevos lenguajes políticos. Geraldine acuña esto como “feminismo impuro” en la creación de mundos menos punitivos y más tolerantes. En medio de esta crisis, invoquemos el espíritu impuro de este transfeminismo para iluminar nuestras luchas de largo plazo.

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Fuente: SCA/ Traducción: Maggie Tarlo

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