por SARA O. AHMED – Universidad Columbia
El domingo de Pascua de 2020, Andrea Bocelli cantó solo en el Duomo di Milano durante su concierto, Music for Hope. El concierto se transmitió en vivo en YouTube para aproximadamente 3.4 millones de personas en todo el mundo. Recibí una notificación del concierto a través de un mensaje grupal de WhatsApp de un amigo que anotó la hora del concierto en El Cairo. Mientras la luz del día entraba por la ventana a primera hora de la tarde en Nueva Jersey, podía ver mi reflejo en la pantalla de la computadora yuxtapuesto a un Bocelli solitario cantando «Amazing Grace» frente a la catedral, a última hora de la tarde italiana. La conmovedora voz de Bocelli narraba videos de calles vacías en Londres, París y Nueva York. Al mismo tiempo, un amigo publicó una foto en Facebook con la leyenda: «¿Adivina por qué estoy medio vestido de nuevo?». Fue una boda virtual. Los recordatorios diarios de nuestra inminente finitud pueden estar incitando a las personas a seguir adelante con las grandes decisiones de la vida.
Una broma que circula en las redes sociales es que si esta pandemia habría sucedido hace dos décadas, lo más conectados que podríamos haber estado en casa hubiera sido escuchando noticias por cable y jugando el único juego que existía en nuestros teléfonos pixelados. Con la gran cantidad de plataformas online y el amplio potencial de ancho de banda, las personas tienen la opción de combinar sus experiencias para imitar las interacciones físicas en lugar de dejar la vida en espera indefinidamente. Recuerdo los mitos y las narrativas bíblicas del transporte global instantáneo. Sin embargo, no son genios los que impulsan esto; es tecnología hecha por personas.
Leí Alone Together y Reclaiming Conversation, de Sherry Turkle, en el que se nos advierte de la pérdida de la conversación en la fogata y la completa soledad. Soy parte de la generación culpable. Soy una millennial mayor que solo recuerda su primera década de vida sin interrupciones por la conectividad virtual. En la adolescencia, podía conectarme a Internet en mi computadora y enviar palabras de ida y vuelta a personas al otro lado del mundo. Si bien la experiencia humana ininterrumpida podría ser una pérdida de experiencia, la experiencia humana de estar online, y la posibilidad ampliada que permite, podría ser una ganancia de experiencia. ¿Debería insinuarse como moralmente inferior a la presencia física? ¿Especialmente porque actualmente no podemos permitirnos la presencia física?
La cuarentena estratificó las oportunidades por el acceso privilegiado al espacio, tanto físico como virtual. Algunos optimistas dirían que las familias pueden pasar más tiempo juntas y cenar alrededor de la mesa. Esto supone que tiene el privilegio de estar con su familia y la cena está garantizada. Como lo demuestran las preguntas en los grupos de apoyo a las relaciones en Facebook, las familias tuvieron que renegociar la conexión. Los hijos de padres divorciados deben ponerse en cuarentena con uno de los padres y lidiar con la conexión virtual con el otro, a pesar de los acuerdos de custodia establecidos legalmente. Los abuelos ven a sus nietos recién nacidos por primera vez en la pantalla. Los hospitales tienen arreglos limitados para la presencia de familiares; algunos hospitales hacen arreglos para que los iPads den una apariencia de conexión. El miedo, la nostalgia, el humor y la resiliencia son temas evidentes en las interacciones online. Estamos en guerra, pero no hay un enemigo humano obvio. Las fosas comunes de cuerpos no reclamados perdidos por Covid-19 que se muestran en las noticias podrían algún día ser conmemoradas como los soldados desconocidos de esta guerra.
Varias muertes se comparten como estadísticas, pero la tragedia es mucho más sentida cuando las personas que las experimentan comparten historias online. Si bien no hay escasez de análisis de contenido de los espacios online, presenta una oportunidad para reconsiderar qué hace que nuestras conexiones sean realmente humanas. ¿Qué nos muestra esta pandemia sobre la conexión como humanos cuando el cuerpo físico no es un factor? Hay tantas posibilidades cuando hay un desprendimiento de las categorías que nos definen en el ámbito físico. ¿Qué es una relación auténtica? ¿Cómo se manifiesta el parentesco en Facebook? ¿Cómo afectan los grupos de apoyo online a los participantes? ¿Qué afinidades tenemos entre nosotros online? ¿Cómo se pueden explotar estos públicos en red?
Todas estas son preguntas generales, pero tal vez el momento nos pida que hagamos más preguntas primero.
Fuente: AAA/ Traducción: Mara Taylor