La gran migración digital

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Ilustraciones: Carolna Arriada para AntropoUrbana.

por WILLIAM CARERI – Universidad Temple

La migración es siempre más que una simple transferencia: es un punto de tensión donde la preservación, el poder y las prioridades se cruzan. Los artefactos culturales, las tradiciones y el conocimiento no simplemente se mueven; se transforman, se adaptan y, a veces, desaparecen en el proceso. Los artefactos digitales siguen los mismos patrones. Cuando MySpace perdió 50 millones de canciones durante una migración de servidores, no fue solo un error técnico, sino una remodelación de la historia de la música independiente, determinada por decisiones de infraestructura en lugar de valor cultural. Cuando los datos de los primeros satélites de la NASA se volvieron inaccesibles debido a formatos obsoletos, no solo se perdió información, sino un registro de la exploración humana. La migración digital, como cualquier forma de migración, no es neutral. Dicta lo que se traslada, lo que se altera y lo que se desvanece en la oscuridad, no por deterioro natural, sino por elecciones deliberadas y estructurales.

El imperativo de la migración

La migración es una fuerza definitoria de continuidad y cambio. No se trata solo de movimiento, sino de supervivencia. Ya sea desplazándose a través de geografías, idiomas o sistemas, la migración determina qué conocimiento perdura y qué se deja atrás. Pero la supervivencia nunca está garantizada. Cada acto de migración introduce nuevas vulnerabilidades, remodela el significado y obliga a tomar decisiones sobre qué vale la pena conservar.

En el mundo digital, la migración es implacable. Las tecnologías evolucionan, las plataformas surgen y caen, y los sistemas que alguna vez parecieron permanentes se vuelven obsoletos de la noche a la mañana. Para seguir siendo accesible, la información debe adaptarse continuamente: transferida, reformateada o reconstruida de maneras que a menudo alteran su contexto original. Pero la migración nunca es neutral. Las fuerzas que guían estas transiciones (gobiernos, corporaciones, instituciones) determinan lo que se preserva y lo que se descarta. Algunas historias se priorizan, mientras que otras se desvanecen en la oscuridad, no porque carezcan de valor, sino porque no se consideraron esenciales en el momento de la transición.

La pérdida no siempre es inmediata. A veces ocurre gradualmente, a medida que los formatos más antiguos se vuelven incompatibles, los sitios web desaparecen o las bases de datos se dan de baja. Otras veces sucede en un instante: una falla del servidor, un cambio de política, una purga algorítmica. Ya sean intencionales o accidentales, estas interrupciones crean lagunas en el registro histórico, dando forma a lo que las generaciones futuras tendrán acceso. El proceso de migración es tanto una salvaguarda contra la obsolescencia como un mecanismo de borrado.

Control digital

La migración nunca es neutral. Las fronteras dictan quién puede moverse y a quién se le niega la entrada. Lo mismo se aplica a la migración digital, donde el acceso al conocimiento y la memoria cultural está controlado por guardianes: corporaciones, instituciones y plataformas que deciden qué sobrevive y qué desaparece.

Al igual que las políticas de inmigración restrictivas, la publicación académica limita el movimiento: Elsevier y Springer cobran tarifas exorbitantes por el acceso a la investigación, creando fronteras de conocimiento que restringen la participación. Sitios de acceso abierto como Anna’s Archive desafían estas barreras, de manera similar a las redes de migración clandestinas, ofreciendo acceso pero arriesgando la supresión legal.

Los servicios de streaming y las plataformas de medios ejercen un control similar sobre la preservación cultural. Los medios desaparecen de plataformas de streaming como Max, la música independiente desaparece de Spotify y los archivos digitales de periódicos se borran, no por fallas técnicas, sino por una toma de decisiones selectiva. La capacidad de preservar la historia es una forma de poder, y ese poder rara vez está en manos del público.

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Incluso los proyectos de conocimiento abierto como la Wayback Machine del Internet Archive enfrentan amenazas legales, haciéndose eco de la forma en que se censuran los registros públicos y las narrativas históricas. Si no desafiamos activamente quién controla lo que sobrevive, heredaremos una historia definida por la exclusión, el borrado y las prioridades de quienes tienen el control.

La migración como pérdida

El proceso de migrar datos (moverlos de un sistema, formato o plataforma a otro) se ha presentado durante mucho tiempo como un acto de preservación. En teoría, la migración garantiza que los artefactos digitales sigan siendo accesibles a medida que la tecnología evoluciona. Pero la migración no es un acto neutral. Cada vez que se transfieren datos, algo se pierde. Algunas pérdidas son pequeñas e imperceptibles, mientras que otras remodelan fundamentalmente lo que sobrevive.

Las bajas más obvias de la migración son los formatos que se vuelven obsoletos. Consideremos los primeros datos de satélite de la NASA, que se almacenaban en cintas magnéticas que ahora son ilegibles porque las máquinas capaces de reproducirlas ya no existen. O tomemos el caso de los videojuegos: miles de títulos de las décadas de 1980 y 1990 se han vuelto injugables en su hardware original, lo que requiere emulación o reconstrucción por parte de los conservacionistas para seguir siendo accesibles. Algunos editores, como Nintendo, han comenzado a reeditar títulos clásicos selectos a través de plataformas de suscripción como Switch Online. Pero el acceso a estos juegos ya no es un hecho: lo que sobrevive y en qué forma está dictado no solo por las limitaciones tecnológicas sino también por las decisiones de licencias corporativas, dejando vastas porciones de la historia de los videojuegos efectivamente bloqueadas. Incluso cuando los datos en sí permanecen intactos, el contexto puede desaparecer. Los sitios web de principios de la década de 2000 que han sido archivados por la Wayback Machine a menudo aparecen como páginas rotas y desarticuladas, sin imágenes, videos o elementos interactivos. Sin la estructura completa del original, se convierten en fantasmas de sí mismos, fragmentados e incompletos.

Esta pérdida no siempre es accidental. A veces, la migración es selectiva, con decisiones tomadas (ya sea por individuos o instituciones) sobre lo que vale la pena guardar. Los proyectos de digitalización a gran escala, como los emprendidos por museos o archivos, a menudo priorizan los materiales en función de su valor cultural o histórico percibido. ¿Pero qué sucede con los materiales que no pasan el corte? Una agencia gubernamental que digitaliza registros de censos podría preservar los documentos oficiales e ignorar las notas escritas a mano. Un editor que migra su catálogo antiguo a formato digital podría centrarse en los bestsellers y dejar que las obras menos conocidas se desvanezcan en la oscuridad. La propia internet está moldeada por estas decisiones: los motores de búsqueda priorizan el contenido más nuevo, mientras que las páginas más antiguas y con menos tráfico se vuelven cada vez más irrelevantes o se eliminan por completo.

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Un excelente ejemplo de estos desafíos se describe en el Informe AnthroDataDPA, un resumen de un taller de 2009 financiado por la National Science Foundation y la Wenner-Gren Foundation. El informe subraya la naturaleza precaria de los datos antropológicos, detallando cómo los formatos digitales frágiles, los estándares de archivo inadecuados y las prioridades institucionales cambiantes han llevado a la pérdida permanente de valiosos materiales de investigación. Pide el desarrollo de metadatos estandarizados, repositorios interoperables y estrategias sostenibles de preservación digital para garantizar que los registros antropológicos sigan siendo accesibles para las generaciones futuras. Sin embargo, incluso con tales esfuerzos, el problema fundamental sigue siendo: no todo se puede preservar, y las decisiones sobre qué se digitaliza y almacena inevitablemente dan forma al registro histórico.

Incluso cuando la migración resulta en pérdida, también es un acto necesario de supervivencia. Sin migración, los objetos digitales enfrentan una amenaza aún mayor: la desaparición total. La preservación de los primeros gráficos por computadora, archivos de texto y arte digital a menudo depende de individuos y organizaciones que convierten activamente estos materiales a formatos más nuevos antes de que se vuelvan completamente inaccesibles. Aquí es donde los arqueólogos digitales, los archivistas aficionados y los esfuerzos de preservación impulsados por los fanáticos juegan un papel fundamental. Por ejemplo, cuando Adobe anunció el fin de Flash en 2020, un grupo de voluntarios trabajó para archivar miles de animaciones, juegos y proyectos interactivos basados en Flash, piezas de la historia de internet que de otro modo se habrían perdido. Del mismo modo, las comunidades dedicadas a sistemas operativos antiguos, software obsoleto e incluso plataformas de redes sociales abandonadas continúan encontrando formas de extraer y mantener lo que otros han descartado.

Pero estos esfuerzos plantean preguntas: ¿Cuánta cultura digital podemos preservar de manera realista y por qué elegimos preservar algunos artefactos sobre otros? ¿Qué sucede cuando alcanzamos los límites de lo que es recuperable? Y a medida que surgen nuevas tecnologías (inteligencia artificial, plataformas descentralizadas, espacios virtuales inmersivos), ¿cómo nos aseguramos de que los artefactos digitales de hoy no se conviertan en las reliquias inaccesibles del mañana?

La migración, entonces, es tanto un método de preservación como un mecanismo de pérdida. Con cada transición, llevamos adelante lo que podemos, pero inevitablemente dejamos algo atrás. Y en un mundo donde la cultura digital está en constante evolución, debemos preguntarnos: ¿Estamos creando un archivo duradero o simplemente estamos examinando los restos de un pasado que desaparece?

Cómo podemos preservar la cultura digital

Si los artefactos digitales son tan vulnerables a la pérdida, ¿cómo podemos asegurar que perduren? A diferencia de los objetos físicos, que pueden almacenarse y conservarse cuidadosamente, los materiales digitales requieren mantenimiento continuo, redundancia y migración activa para seguir siendo accesibles.

Una de las estrategias de preservación más efectivas es la redundancia: almacenar artefactos digitales en múltiples ubicaciones y formatos. La recomendación es la regla 3-2-1: hacer tres copias de sus datos, almacenarlas en dos tipos diferentes de medios y guardar una copia fuera del sitio.

Organizaciones como Internet Archive y Anna’s Archive están trabajando para preservar artefactos digitales, aunque sus misiones están lejos de ser indiscutibles. El Internet Archive ha recopilado de todo, desde sitios web históricos hasta libros de cocina escritos a mano de comunidades extintas, preservando el conocimiento cultural de formas en que los museos tradicionalmente no lo han hecho. Mientras tanto, Anna’s Archive elude los muros de pago académicos, haciendo que la investigación esté disponible gratuitamente, pero planteando cuestiones legales y éticas sobre el acceso abierto.

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Luego están individuos como Jason Scott, fundador de textfiles.com, quien ha pasado décadas preservando la cultura temprana de internet, asegurando que los documentos ASCII, los manifiestos de hackers y las discusiones en línea especializadas no sean borrados por el progreso tecnológico. Su trabajo subraya una realidad fundamental de la preservación digital: sin un esfuerzo deliberado, la historia desaparece.

Sin embargo, la preservación sin accesibilidad no tiene sentido. Los formatos de código abierto y los archivos descentralizados ayudan a evitar que el conocimiento quede bloqueado por las corporaciones. Las comunidades de fans también juegan un papel esencial en el rescate de medios perdidos, aunque a menudo operan en un área legal gris.

Si la cultura digital ha de perdurar, debemos repensar la propiedad y la administración, asegurando que los artefactos de hoy sigan siendo accesibles para las generaciones futuras.

Un llamado a la administración digital

Si los estantes digitales pueden desaparecer de la noche a la mañana, ¿quién es responsable de mantenerlos intactos? La preservación de la cultura digital no es un acto pasivo: requiere un esfuerzo deliberado, una adaptación continua y el reconocimiento de que lo que existe hoy puede no ser accesible mañana. A diferencia de los artefactos físicos, que pueden perdurar durante siglos con una intervención mínima, los artefactos digitales deben mantenerse, migrarse y protegerse activamente. Sin esta administración, corremos el riesgo de permitir que eras enteras de conocimiento, creatividad e historia desaparezcan con el próximo cambio tecnológico.

Los desafíos de la preservación digital no son solo técnicos sino también filosóficos. ¿Quién decide qué vale la pena guardar? ¿Qué sucede cuando los intereses financieros dictan el acceso a materiales culturales y académicos? ¿Y cómo nos aseguramos de que el conocimiento digital siga siendo abierto en lugar de quedar encerrado detrás de muros de pago corporativos y sistemas propietarios? Estas preguntas siguen sin resolverse, pero lo que está claro es que las decisiones que tomemos hoy darán forma a lo que las generaciones futuras podrán acceder, estudiar y construir.

Hemos visto que la preservación no es solo dominio de las instituciones, sino que también está impulsada por archivistas independientes, comunidades de fans y defensores del acceso abierto. El Internet Archive, Anna’s Archive y preservacionistas de base como Jason Scott ya están haciendo este trabajo, pero operan en un panorama lleno de incertidumbre legal y financiera. Si queremos construir una base más estable para la preservación digital, debemos apoyar los esfuerzos que prioricen el acceso, la redundancia y los formatos abiertos.

Lo más importante es que debemos superar la ilusión de que los materiales digitales son inherentemente permanentes. La migración de datos no es solo un proceso de transferencia de archivos, es un acto de curación, uno que determina lo que se traslada y lo que se deja atrás. Ya seamos académicos, archivistas, artistas o usuarios cotidianos, todos tenemos un papel que desempeñar en la formación del legado digital que perdura mucho después de que nos hayamos ido.

Así que la pregunta sigue siendo: ¿Qué elegiremos preservar? ¿Y las generaciones futuras podrán acceder al conocimiento que dejemos atrás, o solo encontrarán rastros de lo que una vez fue?

Fuente: AAA/ Traducción: Alina Klingsmen

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