por LIVIA GERSHON
Es un principio fundamental de la ley estadounidense que el matrimonio es un ámbito privado que debe mantenerse fuera del control del gobierno. Pero, escribe la estudiosa del derecho Arianne Renan Barzilay, desde cierto punto de vista no es así como funciona. Durante más de un siglo, las leyes laborales fueron diseñadas para crear cierto modelo de relaciones entre marido y mujer.
Barzilay comienza su historia en la década de 1840, una época en la que la mayoría de los hombres y mujeres vivían y trabajaban en granjas, por lo que la cuestión de “quién va a trabajar” y “quién se queda en casa” aún no era relevante en términos generales. Sin embargo, incluso entonces, escribe, las mujeres estadounidenses se estaban volviendo cada vez más críticas con la idea de que el matrimonio debería ser una relación jerárquica en la que el marido tuviera control sobre su esposa e hijos.
Durante las décadas que siguieron, algunas mujeres demandaron por el control de la propiedad separada, el derecho al divorcio y la custodia de sus hijos. A fines del siglo XIX y principios del XX, un número creciente de mujeres con educación universitaria estaban renunciando al matrimonio y eligiendo en su lugar el trabajo profesional. Algunos comentaristas se preocuparon de que la familia como institución pudiera disolverse.
Mientras tanto, un número cada vez mayor de mujeres jóvenes iban a trabajar en fábricas e interactuaban libremente con hombres en espacios públicos. Algunas trabajadoras mal pagadas recibieron obsequios de hombres con los que salían o que ocasionalmente se dedicaban a algún tipo de trabajo sexual, un hecho que generó una gran preocupación entre muchos reformadores sociales.
“Esta vinculación tan estrecha del trabajo de las mujeres en las fábricas con la prostitución refleja la noción de que el trabajo de las mujeres per se a menudo se consideraba inmoral e inapropiado”, escribe Barzilay.
En este contexto, los sindicatos de trabajadores exclusivamente masculinos pidieron una legislación “protectora” que retirara a las mujeres de muchos trabajos o limitara sus horas de trabajo. Este fue un intento de evitar que las mujeres rebajaran los salarios de los sindicalistas y al mismo tiempo crear la expectativa de que los hombres deberían ganar lo suficiente para mantener a sus esposas e hijos.
Por el contrario, algunas mujeres de clase trabajadora querían que la ley igualara el trato de mujeres y hombres en el lugar de trabajo. En 1912, la organizadora de camiseros Mollie Schepps respondió a los temores de que un mejor empleo para las mujeres pusiera en peligro el matrimonio: “Si las jornadas largas y miserables y los salarios de hambre son los únicos medios que el hombre puede encontrar para fomentar el matrimonio, es un cumplido muy pobre para ellos mismos”.
Durante la Gran Depresión, el gobierno se volvió cada vez más sensible a la preocupación de que las mujeres les estaban quitando puestos de trabajo a los hombres. En 1932, el Congreso prohibió al gobierno emplear a mujeres casadas si sus maridos también tenían trabajos federales. Y la innovadora Ley de Normas Laborales Justas de 1938 no solo protegió a los trabajadores sino que también consagró el modelo de sostén económico. El argumento constante de sus partidarios era que los hombres deberían poder mantener a una familia. No se estructuró para eliminar las largas horas de trabajo, sino para exigir el pago de horas extras, lo que fomentó la dinámica de un solo trabajador. Y su lenguaje terminó dejando fuera a muchas mujeres (así como a muchos hombres inmigrantes y afroamericanos) que trabajaban en tareas como el comercio minorista, la agricultura y la limpieza.
“La legislación laboral hizo mucho más que regular las horas y los salarios”, concluye Barzilay. “Regulaba a la familia”.
Fuente: Jstor/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez