Un punto en la red de la vida

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por CHRIS BARANIUK

Antes, cuando llegaban las cálidas noches de verano, Frank Ettawageshik pasaba la mayor parte del tiempo al aire libre, a menudo durmiendo a la intemperie, sobre el suelo. Hoy, no pensaría en hacerlo sin las debidas precauciones. “Estaba cerca de los 35 años cuando vi por primera vez una garrapata”, dice este hombre de 74 años, director ejecutivo de las Tribus Unidas de Michigan, un grupo de defensa de los nativos americanos. En el norte de Michigan hoy, dice, “hay garrapatas por todas partes”.

Ettawageshik pertenece a la cultura anishinaabe, cuyos miembros proceden de los Grandes Lagos. Su propia nación tribal es las Bandas de Indios Odawa de Little Traverse Bay, que vive desde hace siglos en la costa noroeste de la península baja de Michigan. Además de la propagación de las garrapatas, fenómeno exacerbado por el aumento de las temperaturas, han sido testigos de la disminución de las poblaciones del pez corégono de lago (Coregonus clupeaformis) en el cercano lago Michigan y de los cambios graduales en las cosechas del arce azucarero, cuyo nombre en odawa es “niinatig” —nuestro árbol—. Las investigaciones que sugieren que las temperaturas más cálidas podrían obligar a los arces azucareros a abandonar Michigan aumentan la preocupación de Ettawageshik. “Nuestro árbol se va a alejar de nosotros”, afirma.

La tribu de Ettawageshik ha observado muchos cambios en sus tierras ancestrales a lo largo de cientos de años, pero Ettawageshik afirma que el cambio climático provocado por el hombre es diferente. “Está ocurriendo a un ritmo que normalmente no vemos”.

Para mucha gente, la “climatología” es sinónimo de observaciones satelitales, registros de temperatura o análisis de testigos de hielo. Pero hay muchos más datos además de esos. Las comunidades indígenas que llevan mucho tiempo viviendo cerca de la tierra —y que tradicionalmente han dependido de un profundo conocimiento de su entorno para sobrevivir— a menudo guardan sus propios registros y recuerdos. Estos pueden incluir detalles extraordinarios sobre alteraciones en los patrones climáticos, cambios en la vegetación o comportamientos desconocidos de animales que han surgido bajo su vigilancia.

Hoy en día, los antropólogos e investigadores del clima de las instituciones occidentales se dirigen cada vez más a los indígenas para preguntarles qué han observado sobre el mundo que los rodea. En el proceso, estos científicos están aprendiendo que las comunidades indígenas han estado catalogando, a su manera, datos sobre el cambio a un nivel hiperlocal —perspectivas que la ciencia climática occidentalizada podría pasar por alto— y también cómo ese cambio está afectando a las personas.

“Creo en la ciencia nativa —en que es ciencia de verdad—”, afirma Richard Stoffle, antropólogo de la Universidad de Arizona y autor principal de un artículo publicado en 2023 que recoge diversas observaciones de los anishinaabe pertenecientes a tres tribus de la región superior de los Grandes Lagos. Las entrevistas anónimas, realizadas en 1998 y 2014, incluían comentarios sobre una amplia gama de cambios medioambientales presenciados por los anishinaabe a lo largo de las décadas: veranos más calurosos, primaveras más secas, setas que aparecen en épocas extrañas del año o plantas que no dan tantos frutos o savia como antes.

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Los recuerdos, dice Stoffle, dejan claro que los anishinaabe han estado vigilando el cambio climático antropogénico mucho antes de que fuera un tema habitual de debate público.

“Ya no es como antes, creo que las noches y los días ya no son tan fríos como solían ser”, dijo un entrevistado. “Eso es lo que hace subir la savia a los árboles. La atrae y la empuja hacia arriba. Solía oír crujir los árboles en el bosque porque la savia de los arces se congelaba y los agrietaba. Yo solía escuchar a los árboles cuando esperaba al autobús allí”.

“¡Vaya, es una colmenilla de primavera! Encontrarla aquí en septiembre es una locura”, comentó otro participante al observar una seta.

Preguntar a los indígenas sobre los cambios que están presenciando nos ayuda a comprender qué les importa, qué cuestiones requieren atención, afirma Victoria Reyes-García, antropóloga de la Universidad Autónoma de Barcelona y de la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados, y coautora de un artículo publicado en 2021 en el Annual Review of Environment and Resources sobre cómo recurrir a los conocimientos y valores indígenas para ayudar a abordar los problemas medioambientales.

Además, añade Sergio Jarillo, antropólogo de la Universidad de Melbourne, beneficia a la ciencia en general porque, al hablar con la gente, se puede averiguar el verdadero impacto de lo que la climatología sugiere que está ocurriendo en el mundo.

“Consultar a la población local nos da una visión más completa y holística de la que obtendríamos utilizando solo mediciones”, afirma.

Los niveles del mar en el hemisferio sur

Frente a la costa norte de Australia se encuentran las islas Tiví, donde Jarillo ha estado preguntando a los indígenas por los cambios medioambientales que observan. En un artículo publicado en marzo de 2023, él y sus colegas presentan los comentarios de los participantes junto con imágenes de la costa captadas por drones que muestran la erosión costera que preocupa a muchos miembros de la comunidad. La erosión es un proceso natural, pero en este caso probablemente se ve agravado por el aumento del nivel del mar causado por el cambio climático antropogénico, afirma Jarillo.

Para los geomorfólogos, esa evolución estaría lejos de ser sorprendente. Entonces, ¿por qué hacer el esfuerzo de preguntar a los indígenas? La diferencia es que se encuentran datos granulares que una imagen de satélite nunca podría proporcionar, como las fotos de la playa, mostradas a Jarillo y sus colegas, que fueron tomadas en torno a los años cincuenta y sesenta por los isleños. “Había una trampa para peces que estaba permanentemente en la playa”, dice Jarillo, refiriéndose a una estructura tradicional para capturar peces. “Ya no queda espacio”.

La comunidad de Tiví lleva el tiempo suficiente como para notar muchos cambios, y pasan mucho tiempo en contacto directo con el medio ambiente, añade Jarillo: “Saben dónde hay erosión, saben si hay un arroyo que se está secando”.

También es una cuestión de justicia, porque estos cambios medioambientales pueden tener efectos significativos en la salud y el bienestar de las personas que viven en estas islas. Muchos de los participantes que contribuyeron a la investigación expresaron su preocupación por la tierra perdida por la erosión cerca de un centro renal en el asentamiento de Wurrumiyanga, un importante centro de atención sanitaria en una comunidad donde la insuficiencia renal es la principal causa de muerte. Destacar el conocimiento que tienen los indígenas de amenazas como esta podría impulsar la adopción de medidas. El mero hecho de documentar esa información es potencialmente significativo porque, señalan los autores del artículo, “en el caso de los habitantes de Tiví, no ha habido iniciativas gubernamentales locales, del Territorio o de la Commonwealth para apoyar la adaptación al cambio climático”.

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Nelson Chanza, científico especializado en adaptación climática de la Universidad de Johannesburgo, también registró detalles más precisos tras hablar con testigos directos de los cambios en el medio ambiente en Zimbabue. En un estudio publicado en 2022, él y un colega recopilaron las observaciones realizadas por 37 ancianos indígenas del distrito de Mbire, en el norte de Zimbabue. Esta, dice Chanza, es una parte del mundo donde la recolección de datos meteorológicos es relativamente escasa: la zona de estudio está a unos 80 kilómetros de la estación meteorológica más cercana.

Los ancianos, cuya edad media era de 63 años, ayudaron a rellenar las lagunas recordando cómo había cambiado el entorno a lo largo de los años. Muchos observaron que ahora la estación lluviosa empieza más tarde y termina antes que en el pasado. Pero había variaciones en este punto, lo que sugería que las distintas zonas se estaban secando a ritmos diferentes. “Ese detalle: tiendes a perderlo si solo te fías de los datos meteorológicos”, dice Chanza. Además, los ancianos relataron cómo diversas frutas, como la Uapaca kirkiana, también conocida como ciruela de azúcar, son cada vez menos abundantes, de menor tamaño y peor calidad.

Informes como este están repletos de información y, sin embargo, “pueden ser tratados como anecdóticos”, afirma Reyes-García. En un intento de animar a los no antropólogos a tomarse en serio este tipo de información y de normalizar la recolección de datos en comunidades indígenas, Reyes-García y sus colegas han elaborado un protocolo de estudio que podría aplicarse a cualquier comunidad del mundo.

Implica recopilar, por ejemplo, datos meteorológicos, así como realizar múltiples entrevistas a indígenas que han vivido mucho tiempo en un lugar determinado. Los comentarios consensuados por el grupo se clasificarían después en una base de datos. Las entradas de esta base de datos podrían catalogar desde observaciones sobre la velocidad del viento y la temperatura, hasta el comportamiento de los animales. Esta estandarización podría ayudar a que la información, aunque desprovista de color y riqueza, resultara atractiva para los investigadores del clima y organismos internacionales como el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, afirma Reyes-García.

Saber lo que es importante para las comunidades indígenas también es beneficioso porque ayuda a quienes participan en la planificación de estrategias de mitigación o adaptación a hacerlo adecuadamente, afirma Reyes-García.

Datos y estilo de vida

Escuchar atentamente también puede revelar la verdadera profundidad de los retos a los que se enfrentan las comunidades indígenas, por lo que, al registrar sus observaciones sobre el cambio climático, existe la oportunidad de trabajar por la justicia climática. “Veo que mi cultura empieza a desaparecer”, así describía la gravedad del cambio un participante indígena en un estudio de 2022. El documento es el resultado de un taller de dos días al que asistieron ancianos, poseedores de conocimientos y jóvenes adultos (de 19 a 30 años) de 12 comunidades anishinaabe de la región de los Grandes Lagos.

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Una de esas comunidades, la Primera Nación Magnetawan, tuvo la idea inicial de organizar una sesión informativa. “Simplemente dijeron: ‘Oye, esto es algo que nos preocupa. ¿Pueden organizar algo?”, explica la autora principal, Allyson Menzies, ecóloga de fauna salvaje de la Universidad de Guelph. Según informaron Menzies y sus coautores, los 37 participantes comentaron una serie de efectos que habían observado, como que las fresas aparecían más tarde en el año —en julio en vez de en junio— y que el desove de los peces, que solía durar un mes, ahora solo dura dos semanas y media debido al aumento de la temperatura del agua de los ríos.

Los participantes también dijeron que la transmisión de las técnicas tradicionales de recolección y caza se estaba volviendo difícil, ya que estas dependen de que el clima se comporte de una manera que ya no lo hace. Este concepto de evaporación de la cultura resulta familiar a muchos pueblos indígenas. Las comunidades inuit de la isla de Baffin, Canadá, por ejemplo, afirman con frecuencia que, a medida que suben las temperaturas, les resulta más difícil predecir el tiempo, navegar por el hielo y transmitir las técnicas de caza a los miembros más jóvenes.

En ese sentido, podríamos perdernos algo importante si tratamos la investigación en la que participan comunidades indígenas como un mero ejercicio de rellenar casillas en una hoja de cálculo gigante, afirma Ben Orlove, antropólogo de la Universidad de Columbia coautor de un artículo sobre antropología climática en el Annual Review of Anthropology de 2020. “Creo que los indígenas están diciendo que el problema del cambio climático no son las lagunas de datos”, afirma. “Son los límites de su marco de trabajo”. En términos generales, afirma que existe una tensión entre la visión occidental del mundo natural como un recurso que hay que explotar y la visión indígena de un mundo en el que los seres humanos y la naturaleza forman parte de un todo único.

Ettawageshik, de las Bandas de Indios Odawa de Little Traverse Bay, está de acuerdo: los conocimientos tradicionales no son solo una lista enciclopédica de hechos. Lo que importa, dice, es la relación permanente de los odawas con los seres: plantas, animales y lugares naturales.

“No somos más que un punto en esa red de vida”, dice. “Sabíamos que en esa red de vida no podríamos sobrevivir sin los otros seres y, esos otros seres, aceptaron cuidarnos. Y nosotros aceptamos cuidar de ellos”.

Fuente: Knowable/ Traducción: Debbie Ponchner

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