Historia del feminismo chicano

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por LIVIA GERSHON

No hay una sola historia del feminismo en los Estados Unidos. Las mujeres de variadas razas, clases, sexualidades e ideologías siempre se organizaron de muchas maneras para diferentes objetivos. La socióloga Alma M. García explica cómo, en la década de 1970, surgió el feminismo chicano con su propio enfoque distintivo del sexismo y el racismo.

El movimiento chicano comenzó en la década de 1960. Incluyó una amplia variedad de causas relacionadas con la igualdad y los derechos de las personas de ascendencia mexicana, desde estudiantes que luchaban por clases de historia más inclusivas hasta la organización de United Farm Workers. García escribe que las mujeres fueron muy activas en estos esfuerzos, pero muchas llegaron a creer que el sexismo dentro del movimiento estaba obstaculizando el progreso. En 1971, la activista por los derechos laborales y feminista Francisca Flores escribió que las chicanas “ya no pueden permanecer en un papel subordinado o como fuerzas auxiliares”, sino que “deben ser incluidas en las primeras líneas de comunicación, liderazgo y responsabilidad organizativa”.

El movimiento chicano enfatizó el orgullo cultural frente a una sociedad dominada por anglosajones. Pero, desde el punto de vista de muchas chicanas, esto implicaba con demasiada frecuencia idealizar las relaciones de género opresivas. La escritora Anna Nieto Gómez señaló que muchos en el movimiento consideraban que el trabajo adecuado de las mujeres era apoyar a su esposo y criar a sus hijos.

“Para una chicana empeñada en la realización de su personalidad, esta perspectiva restringida de su papel como mujer no solo es inadecuada sino paralizante”, escribió.

García escribe que algunas feministas chicanas veían el machismo como un estereotipo igualmente dañino. Argumentaron que la sociedad anglosajona lo usó para culpar a su cultura por el estatus desigual de los chicanos en lugar de la discriminación y la explotación. Donde algunos chicanos tomaron el machismo como un punto de orgullo y resistencia cultural, muchas feministas argumentaron que era simplemente una manifestación del sexismo que prevalece entre todos los grupos étnicos en los Estados Unidos.

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En la década de 1970, las mujeres del movimiento chicano se dividieron entre feministas y “leales” que veían la lucha contra el sexismo como individualista y contraria a la fuerza de la familia chicana. Muchas leales asociaron el feminismo con las mujeres blancas y vieron a las feministas chicanas asimilando la cultura blanca.

Sin embargo, escribe García, hubo gran tensión entre las feministas chicanas al rechazar el racismo entre las feministas blancas. Si bien algunas encontraron puntos en común en temas como el acceso al control de la natalidad y el aborto, a menudo señalaron que las feministas blancas aplastaban las experiencias de las mujeres y creían que la solidaridad entre las mujeres podría superar las diferencias raciales. Muchas también vieron el feminismo blanco como un movimiento de clase media que tenía poco interés en temas como los derechos de trabajadores agrícolas, beneficiarios de asistencia social y trabajadores indocumentados. En última instancia, muchas decidieron que una mejor estrategia para su trabajo era crear coaliciones con otras mujeres de color cuyas preocupaciones consideraban más similares a las suyas.

Al mismo tiempo, su pertenencia a múltiples movimientos por la justicia les dio a las feministas chicanas una posición desde la cual empujar a otras activistas a ser más reflexivas. Por ejemplo, la escritora feminista y lesbiana Cherrie Moraga llamó al movimiento feminista blanco a examinar su propio racismo, al movimiento chicano a abordar su sexismo y a ambos movimientos a desafiar sus tendencias homofóbicas.

Fuente: Jstor/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez

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