Un tributo a las criaturas que desaparecen

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por HILLARY ROSNER  

Los escritores cuyo tema es el mundo natural y los cambios abrumadores que los humanos le han infligido se enfrentan a menudo a un dilema enloquecedor: cómo transmitir que no se ha perdido toda esperanza, al tiempo que presentan hechos que pueden acabar con ella como una avalancha.

La esperanza es a menudo fundamental para la acción, esencial para sacar a los lectores de la complacencia; la desesperación, por su parte, puede ser una emoción inútil cuando el planeta gira cada día hacia crisis ambientales más profundas y ciclos de retroalimentación.

El dilema apunta a otra pregunta, amplia, existencial y cada vez más urgente: ¿qué “acción” puede emprender la gente? ¿Qué podría hacer un solo lector adecuadamente motivado? En la colección de ensayos breves de Katherine Rundell, Vanishing Treasures: A Bestiary of Extraordinary Endangered Creatures, la respuesta comienza con una palabra que todos deberíamos usar más: cuidado.

En 22 breves odas a una variedad de criaturas (y una pieza menos digna de elogio sobre los humanos), Rundell describe el gabinete viviente de curiosidades de nuestro planeta, una magnífica variedad de animales maravillosos que merecen nuestra admiración, respeto y solidaridad. A través de referencias literarias y fragmentos de historia junto con descripciones de una biología deslumbrante, Rundell evoca un desfile de vida que nada, se arrastra, aletea y se mueve torpemente. Cada tributo es también una súplica, y el libro en su conjunto es una solicitud: ya es hora de que veamos verdaderamente a estos seres, reconozcamos su majestuosidad y demos un paso adelante, finalmente, para protegerlos.

Está el narval, que se aparea «en una especie de ballet; una pareja nadará una al lado de la otra durante horas, con las pieles tocándose». Y el cuervo hawaiano, o ‘alalā, cuyo rango de llamadas incluye sonidos “como el silbido de una tetera” y “como el aullido de Elvis”, y que para los hawaianos nativos sirve como uno de los guías para las almas humanas después de la muerte, cuando “el alma y el pájaro se encuentran, y juntos saltan a la otra vida”.

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También está el cangrejo de los cocoteros, un tipo de cangrejo ermitaño cuya pinza es tan fuerte que puede agarrar con una fuerza cincuenta por ciento mayor que la mandíbula de un lobo. Una teoría sostiene que estos cangrejos “machacaron” hasta dejarlos irreconocibles los huesos de Amelia Earhart después de que su avión se estrellara en la isla de Nikumaroro, en el Pacífico occidental. Los cangrejos ermitaños también son famosos por su ingenio. “Se los ha encontrado en latas, en mitades de coco”, escribe Rundell. “Me encanta su tenacidad: forjan vidas a partir de los caparazones de los muertos, construyen hogares con los escombros que el mundo, en su caos, ha dejado para ellos”.

La prosa de Rundell es consistente e insistentemente hermosa. Ella misma es una maravilla: una estudiosa de poesía renacentista de Oxford, autora de novelas fantásticas para niños, entre ellas el best seller Criaturas imposibles, biógrafa y dramaturga.

Su bestiario, inevitablemente, es también un catálogo de la codicia, el ego y la negligencia humana (un subtítulo más preciso, pero menos comercial, podría ser “Un bestiario de criaturas extraordinarias y cómo las hemos traicionado”). Los agentes de aduanas de Guangdong, por ejemplo, informan de la confiscación de siete toneladas de escamas de pangolín (la armadura del único mamífero con ese pelaje) en un solo envío a China, y “cada tonelada habrá requerido la muerte de 1660 animales. Es un hecho tan agotador, tan deprimente, que es difícil de comprender”.

Aunque el libro es difícil de leer por momentos, me gustaría que fuera una lectura obligatoria para quienes, de alguna manera, aún no comprenden lo que hemos perdido, lo que estamos perdiendo y lo que podemos salvar, si nos lo proponemos (Rundell escribe que la mitad de las regalías que reciba del libro se destinarán a organizaciones benéficas medioambientales “a perpetuidad”).

Vanishing Treasures contiene ejemplos de todo tipo de comportamiento humano trágico: recolección de partes de animales (cuernos de rinoceronte, carne de tejón) como afrodisíacos (no lo son); pesca en los mares con enormes redes de arrastre que “devastan el fondo del océano”; diezmar bosques y humedales.

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Pero algunos de los ejemplos más llamativos no son de crueldad intencional o avaricia flagrante, sino de simples puntos ciegos. Con mucha frecuencia les fallamos a nuestros primos salvajes al negarnos a pensar más allá de nosotros mismos. No se trata solo de nosotros.

En un capítulo sobre los erizos, Rundell escribe sobre cómo estos animales “delicados y de aspecto erudito” se ven amenazados por algo aparentemente benigno: las populares hogueras del Día de Guy Fawkes en Inglaterra. “Cuando llega el otoño, existe el riesgo añadido de que los erizos se instalen en las hogueras y, el 5 de noviembre, sean quemados vivos”.

Seguramente la gente podría evitarlo con un poco de previsión. Porque, como escribe, si nunca hubieras visto un erizo, podrías pensar que son tan míticos como un unicornio. “Seguramente viajarías miles de kilómetros para verlos, tal es su peculiar encanto”, escribe. “Son tiempos difíciles y el mundo ya está en llamas. Lo mínimo que podemos hacer es abstenernos de prender fuego a algunas de las criaturas más agudas y gentiles del mundo”.

Estos pequeños cambios de comportamiento podrían ser transformadores. Todo lo que tenemos que hacer es pensar más allá de nosotros mismos. ¿Qué pasaría si dejáramos colectivamente de creer que tenemos más derecho a prosperar en este planeta que cualquiera de los otros animales que también viven aquí? “La mayor mentira que los humanos han dicho jamás”, escribe, “es que la Tierra es nuestra y está a nuestra disposición”.

El primer paso, para Rundell, es simplemente un cambio de mentalidad: “Deberíamos despertarnos por la mañana y, al ponernos los pantalones, recordar al caballito de mar, y gritar de asombro y no dejar de gritar hasta que nos quedemos dormidos, y lo mismo al día siguiente, y al siguiente”.

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Por mucho que sea fácil retirarse en la desesperación, los lémures, las jirafas, los tiburones y los wombats, y los murciélagos reales, necesitan nuestra ayuda. Rundell sostiene que todavía hay cosas que podemos hacer para salvar a estas criaturas mágicas e impresionantes: votar, invertir con cuidado, protestar, educarnos, consumir menos, negarnos a ceder al “nihilismo a medias”.

“Nosotros, los humanos, hemos demostrado ser capaces de un cambio tan audaz que podría dejarte sin aliento”, escribe Rundell. “¿Por qué deberíamos seguir las viejas formas? ¿Eran tan perfectas como para no dejar lugar a algo más audaz, más duro, más ingenioso, más igualitario y más justo?”.

Por encima de todo, argumenta con pasión, debemos preocuparnos: “Nunca es el momento de rendirse”.

Fuente: Undark/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez

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