por AGUSTÍN FUENTES – Universidad de Princeton
Desde las peleas por un espacio de estacionamiento hasta las bandas merodeadoras de forajidos y los conflictos globales, parecemos ser una especie violenta. ¿Qué hay detrás de estos episodios de violencia?
Es tentador responder a esta pregunta invocando la biología y la genética, argumentando que la humanidad está programada para ser violenta. Este punto de vista afirma que podemos tener una tendencia innata hacia la agresión y la guerra. Quizás, argumentan algunos, nuestra inteligencia y nuestros sistemas culturales, como las leyes y las normas sociales, son los únicos que mantienen bajo control esa violencia innata.
Pero estos argumentos no dan en el blanco. La investigación antropológica demuestra que somos criaturas más complicadas de lo que supone esta visión bipolar. Sí, tenemos capacidad de agresión, pero también propensión a la compasión. Sí, la cultura puede ayudar a reducir la violencia, pero también ha contribuido a la evolución de la violencia colectiva. Las mismas fuerzas que impulsaron la evolución de la empatía pueden ser también responsables de la violencia. Incluso las estructuras culturales más modernas destinadas a reprimir la violencia no siempre funcionan como se espera.
Los humanos no son ni malos ni buenos por naturaleza; disponemos de un abanico de capacidades y posibilidades. Una comprensión más profunda de cómo y por qué surge o no la violencia podría ayudarnos a lograr un futuro menos violento, o al menos uno en el que podamos comprender y gestionar mejor nuestra violencia.
Fuente: Sapiens/ Traducción: Maggie Tarlo