La vida es un juego

-

por DAVID TOOMEY – Universidad de Massachusetts

En la biblioteca de la Universidad de Cambridge, junto con todos los libros, mapas y manuscritos, hay un dibujo de un niño que los conservadores han titulado “La batalla de los soldados de frutas y verduras”.

El dibujo muestra a un soldado de caballería con turbante enfrentándose a un dragón inglés. Es un poco psicodélico: el soldado británico se sienta a horcajadas sobre una zanahoria y el soldado con turbante monta una uva. Tanto la zanahoria como la uva tienen cabezas de caballo y apéndices en forma de palo.

Se cree que es obra de Francis Darwin, el séptimo hijo del naturalista británico Charles Darwin y su esposa, Emma, ​​y ​​parece haber sido realizado en 1857, cuando Frank tendría 10 u 11 años. Y está dibujado en el reverso de una página de un borrador de El origen de las especies, la obra maestra de Darwin y el texto fundacional de la biología evolutiva. Las pocas hojas del borrador que sobreviven son páginas que Darwin les dio a sus hijos para que las usaran como papel de dibujo.

Los biógrafos de Darwin han reconocido desde hace mucho tiempo que el juego era importante en su vida personal y familiar. La mansión georgiana en la que él y Emma criaron a sus diez hijos estaba equipada con un columpio de cuerda colgado sobre el rellano del primer piso y un tobogán de madera portátil que podía colocarse sobre la escalera principal. Los jardines y el campo circundante servían como laboratorio al aire libre y patio de juegos.

El juego también tiene un papel en la teoría de la selección natural de Darwin. Como explico en mi nuevo libro, Kingdom of Play: What Ball-bouncing Octopuses, Belly-flopping Monkeys, and Mud-sliding Elephants Reveal about Life Itself, existen muchas similitudes, tantas que si se pudieran resumir los procesos de selección natural en un solo comportamiento, ese comportamiento sería el juego.

Más en AntropoUrbana:  En el barro

Sin objetivo, sin dirección

La selección natural es el proceso por el cual los organismos que están mejor adaptados a sus entornos tienen más probabilidades de sobrevivir y, por lo tanto, pueden transmitir las características que los ayudaron a prosperar a su descendencia. No tiene dirección: en palabras de Darwin, “no incluye ninguna ley necesaria y universal de avance o desarrollo”.

A diferencia de la búsqueda de alimentos y la caza (conductas con objetivos claramente definidos), el juego tampoco tiene dirección. Cuando un poni retoza en un campo, un perro lucha con un palo o los chimpancés se persiguen, actúan sin ningún objetivo en mente.

La selección natural es completamente provisional: la evolución de cualquier organismo responde a las condiciones que se dan en un lugar y momento determinados. Del mismo modo, los animales que juegan actúan de manera provisional. Ajustan constantemente sus movimientos en respuesta a los cambios de circunstancias. Las ardillas que juegan, ante obstáculos como ramas que caen u otras ardillas, modifican ágilmente sus tácticas y rutas.

La selección natural es abierta. Las formas de vida no son fijas, sino que evolucionan continuamente. El juego también es abierto. Los animales comienzan una sesión de juego sin ningún plan de cuándo terminarla. Por ejemplo, dos perros que juegan a pelearse dejan de jugar solo cuando uno está herido, exhausto o simplemente pierde el interés.

La selección natural también es un despilfarro, como reconoció Darwin. “Nace un número mucho mayor de individuos de cada especie de los que pueden sobrevivir”, escribió. Pero a largo plazo, admitió, tal despilfarro podría producir adaptaciones que permitan que una línea evolutiva se vuelva “más apta”.

Más en AntropoUrbana:  Ideología de género

El juego también es un despilfarro. Requiere que un animal gaste tiempo y energía que tal vez sería mejor dedicar a conductas como la búsqueda de alimento y la caza, que podrían ayudar a la supervivencia.

Y ese despilfarro también es ventajoso. Los animales buscan alimento y cazan de formas específicas que normalmente no cambian. Pero un animal que juega es mucho más propenso a innovar, y algunas de sus innovaciones pueden con el tiempo adaptarse a nuevas formas de buscar alimento y cazar.

Competir y cooperar

Como Darwin lo planteó por primera vez, la “lucha por la existencia” era en gran medida una competencia. Pero en la década de 1860, las observaciones de aves y gamos del naturalista ruso Pyotr Kropotkin lo llevaron a concluir que muchas especies eran “las más numerosas y las más prósperas” porque la selección natural también selecciona la cooperación.

Los científicos confirmaron la hipótesis de Kropotkin en el siglo XX, al descubrir todo tipo de cooperación, no solo entre miembros de la misma especie sino entre miembros de especies diferentes. Por ejemplo, los peces payaso son inmunes a las picaduras de las anémonas; se anidan en los tentáculos de las anémonas para protegerse y, a cambio, mantienen a las anémonas libres de parásitos, proporcionan nutrientes y alejan a los depredadores.

El juego también utiliza tanto la competencia como la cooperación. Dos perros que juegan a pelear están ciertamente compitiendo, pero para mantener el juego deben cooperar. A menudo invierten los roles: un perro con la ventaja de la posición puede renunciar de repente a esa ventaja y darse la vuelta sobre su espalda. Si uno muerde más fuerte de lo que pretendía, es probable que se retire y haga una reverencia de juego, diciendo, en efecto: “Lo siento. Espero que podamos seguir jugando”.

Más en AntropoUrbana:  ¿Por qué los seres humanos somos tan violentos?

La selección natural y el juego también pueden emplear el engaño. Desde mariposas coloreadas para parecerse a especies tóxicas hasta gatos salvajes que chillan como crías de mono angustiadas, muchos organismos utilizan el mimetismo para engañar a sus presas, depredadores y rivales. El juego –en concreto, el juego de lucha– ofrece a los animales oportunidades de aprender y practicar el engaño.

Vivir es jugar

Darwin escribió que la selección natural crea “infinitas formas, las más bellas y maravillosas”. El juego también crea belleza de innumerables maneras, desde las acrobacias aéreas de las aves rapaces hasta los saltos en arco y retorcidos de los delfines.

En 1973, el genetista ucraniano-estadounidense Theodosius Dobzhansky publicó un ensayo con un título sin rodeos: “Nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución”. Muchos biólogos estarían de acuerdo. Tal vez la definición más satisfactoria de la vida no se centre en lo que es sino en lo que hace, es decir, la vida es lo que evoluciona por selección natural.

Y puesto que la selección natural comparte tantas características con el juego, podemos sostener con cierta justificación que la vida, en el sentido más fundamental, es lúdica.

Fuente: The Conversation/ Traducción: Maggie Tarlo

Comparte este texto

Textos recientes

Categorías