por ALEX GOLUB – Universidad de Hawái
¿Por qué Clifford Geertz fue un antropólogo tan popular? ¿Porque conectó la antropología y las humanidades? ¿Porque era un gran escritor? Una respuesta que surge a menudo es que fue un gran etnógrafo. Quiero decir, hizo etnografía en serio. Negara: el Estado-teatro en el Bali del siglo XIX (1980) es una antropología histórica del poder que apareció justo a tiempo para la antropología histórica de la década de 1980. Meaning and Order in Moroccan Society: Three Essays in Cultural Analysis, (1978) es un tomo enorme. Kinship in Bali (1975) es técnico y denso, el festival de holgazanería entre guiones largos que algunas personas acusaban de ser a la escritura de Geertz. Peddlers and Princes y Agricultural Involution (ambos de 1963) son etnografías clásicas de las Nuevas Naciones. Religion of Java (1960) parece elevarse por encima de sus raíces parsonianas.
Pero, ¿qué significa ser un gran etnógrafo? Geertz tenía un estilo, no todos lo llamarían genial, que te hacía sentir que estabas allí. Geertz regresaba al campo, incluso cuando estaba lo suficientemente seguro profesionalmente como para no tener que hacerlo. Eso cuenta para algo. Su trabajo es detallado, aunque quizás los futuros historiadores se pregunten qué papel jugaron sus colaboradores/cónyuges en mantener-las-cosas-rigurosas. Quizás, por sobre todo, Geertz fue un etnógrafo tan exitoso porque podías leer su etnografía y decir: yo también podría hacer eso.
No diría que Geertz es “imitable”, porque eso implica que aquellos influenciados por él simplemente lo copiaron. Tal vez sea mejor decir que fue «ejemplar»: ofreció un modelo de trabajo de campo que podías retomar y hacer tuyo. Suyas fueron las etnografías que lanzaron mil etnografías culturalistas. Creo que esta capacidad de ser ejemplar es una fuerza importante que hace que los antropólogos sean famosos entre otros antropólogos. No es solo tu posición institucional (aunque esto ayuda) o la novedad o precisión de tus ideas (que, lamentablemente, importan menos de lo que deberían). Es tu habilidad para llenar la imaginación de las personas con una visión de su yo futuro que les parece factible y deseable. Dicen: “Quiero escribir un estudio como éste, y puedo hacerlo”.
Geertz fue quizás un gran etnógrafo en estos sentidos, pero quizás no tanto como Hal Conklin. Como señala Michael Dove en su soberbio obituario de Conklin ―y dado que este es un artículo sobre Geertz, después de todo, creo que sería apropiado incluir una frase larga entre guiones para indicar que yo, como consumidor profesional de obituarios, considero que el de Dove es absolutamente ejemplar―, cuando Geertz estaba haciendo su trabajo de campo en marruecos, lo visitó Conklin: “Después de escuchar a Geertz hablar sobre su trabajo, Conklin hizo preguntas sobre el tipo de bambú que crece en los bordes de los olivares, la construcción del muro que rodea la ciudad y el propósito de varios artículos extraños que vendían en el bazar. Cuando Geertz no pudo responder a sus preguntas, Conklin dijo que ‘se ocuparía de eso’ y le dijo a Geertz que volviera a casa. Pidió papel de una carnicería, cartografió exhaustivamente el bazar y le entregó a Geertz el mapa completo”.
El magistral Ethnographic Atlas of Ifugao de Conklin se publicó en 1980, el mismo año que Negara. La diferencia entre ambos es que el Atlas Etnográfico es el resultado de casi dos décadas de investigación, y que sí escuchaste hablar de Negara. Creo que hay un continuo entre la fama, en un extremo, y la especialización, en el otro. Cuanta más información genuinamente nueva puedas proporcionar, o cuanto más puedas avanzar en la comprensión teórica de la misma, menos probable será que la gente lea tu trabajo, ya que es, por definición, altamente especializado. Cuanto más accesible sea su trabajo para los antropólogos de todas partes, menos probable es que tengas algo nuevo que decir a las personas que están realmente metidas en el fenómeno que estás estudiando.
A veces pienso que Geertz fue un gran etnógrafo porque le dio permiso a la gente para ser pésimos investigadores de campo. Se parecía mucho a Victor Turner en este aspecto. Los dos alcanzaron la mayoría de edad al mismo tiempo. Geertz obtuvo su doctorado en 1956, un año antes que Victor Turner. Su trabajo de campo para el doctorado probablemente fue agotador. Schism and Continuity de Turner fue una obra maestra. Una obra maestra increíblemente detallada e hiperespecífica. A veces me pregunto si Geertz, Turner y otros antropólogos más “interpretativos” o “simbólicos” no habrán mirado hacia atrás, a sus investigaciones de doctorado, y habrán pensado: “Diablos, no, nunca volvería a hacer eso”. Y luego les dijeron a sus alumnos: “Ya saben, simplemente no se molesten. No tiene sentido. Nadie los leerá de todos modos”.
¿Fue Geertz un gran etnógrafo? Sí. ¿Fue un gran etnógrafo? Probablemente no. ¿Es ese hecho algo malo? ¿Importa que cambió por completo la forma en que los antropólogos evalúan las etnografías? Creo que sí. Después de la Segunda Guerra Mundial, antropólogos como Douglas Oliver y Max Gluckman (patrocinadores de la investigación de Geertz y Turner respectivamente) fueron parte de una ola gigante de personas que buscaron profesionalizar, cientificar y rigurizar la antropología. Prácticamente fracasaron. Es una bendición y una maldición con la que la antropología estuvo viviendo, para bien y para mal, desde entonces.
Fuente: Savage Minds/ Traducción: Alina Klingsmen