por ASHAWNTA JACKSON
Los numerosos cambios en la forma de tocar, presentar y comercializar el jazz también representan cambios en la forma en que respondió a su época. Como explica la historiadora de arte Carissa Kowalski Dougherty, en la década de 1920, el jazz se “exageró con imágenes racialmente insensibles […] para atraer a los clientes blancos a los clubes nocturnos que ofrecían esta forma de arte algo subversiva”. Pero mientras que este tipo de representaciones comenzaron a verse más ampliamente como ofensivas, las imágenes de jazz de las décadas de 1950 y 1960 tendían a evitar por completo la raza.
“En su mayor parte”, escribe Dougherty, “la raza no fue un tema para la ilustración de portadas de álbumes; los diseños abstractos y la fotografía neutral dieron un aire de ambigüedad racial durante gran parte de las décadas de 1950 y 1960”.
A fines de la década de 1960, cuando los Movimientos por los Derechos Civiles comenzaron a cambiar la forma de Estados Unidos, el sonido también estaba cambiando. El jazz se convirtió, como muchas otras formas de arte, en una representación de estos movimientos, y la música prestó sus tonos al activismo. Y en algunas discográficas, las portadas de los álbumes “comenzaron a inspirarse en la cultura negra […], haciendo hincapié en motivos africanos, peinados afroamericanos y otros símbolos del orgullo negro”, reflejando mejor la música, los artistas y la política.
Entre los años 1920 y finales de los años 1940, las portadas de los álbumes habían evolucionado desde simples fundas con solo la información básica sobre las canciones y los músicos hasta verdaderas obras de arte. Este cambio se debió principalmente al trabajo de diseñadores como Alex Steinweiss, a quien un académico describió como capaz de “oír con sus ojos lo que veía su oído”. Pero para las compañías que lanzaban jazz en los años 1960 y 1970, la idea de una negritud más visible provenía en parte de los deseos de los artistas de que se viera su cultura y en parte de la comprensión de las discográficas de que podían comercializar esos deseos.
Pero no hay duda de que muchos músicos negros querían que su arte (y eso incluía la cubierta protectora en la que venía) reflejara su negritud, su época, su activismo. Dicho esto, muchas portadas de álbumes todavía no reflejaban nada de eso. Pocos usaban “arte original que transmitiera algún sentido de la comunidad del jazz”, escribe Dougherty. Esto probablemente se debió a varias razones, una de las cuales se remontaba a los primeros días del jazz: aunque las imágenes eran indiscutiblemente menos racistas que las de la década de 1920, todavía atendían al consumidor blanco.
“Debido a que los directores de arte y ejecutivos discográficos predominantemente blancos tomaban las decisiones finales en el diseño de las portadas de los álbumes, las portadas mostraban su propia concepción del jazz y de los músicos de jazz”, explica Doughtery.
Los artistas negros rara vez trabajaron en estas portadas, aunque hubo algunas excepciones. Back O’ Town Blues de Jelly Roll Morton, por ejemplo, presentó una pintura de Jacob Lawrence, y el fotógrafo Kwame Brathwaite, que popularizó “Black is Beautiful”, tomó las imágenes para varias portadas de álbumes de Blue Note. Dos de los álbumes del saxofonista Eric Dolphy utilizan ilustraciones del pintor surrealista Richard “Prophet” Jennings, y el trabajo del fotógrafo Charles Stewart también se utilizó en varios álbumes de jazz. Sin embargo, en general, como escribe Dougherty, “la influencia de los artistas visuales negros (diseñadores gráficos, directores de arte y fotógrafos) es un tema turbio y en gran medida indocumentado”.
En la década de 1950, algunos músicos comenzaron a romper con las normas. Está Freedom Now Suite de Max Roach, que muestra una sentada en un mostrador de comida, y Underground de Thelonious Monk muestra al artista sentado frente a un piano, con una pistola colgada del hombro y la habitación en desorden, lo que lo posiciona como un “luchador revolucionario por la libertad”. Hubo álbumes que presentaban arte africano (Katanga! de Curtis Amy) y otros que mostraban cabello natural tanto en hombres como en mujeres (Total Eclipse de Bobby Hutcherson y The Natural Soul de Lou Donaldson). Y en algunos álbumes, las mujeres negras se muestran como objetos de belleza, lo que podría verse como una idea radical (Brown Sugar de Freddie Roach y Filles de Kilimanjaro de Miles Davis).
Los músicos de jazz estaban respondiendo a su época y a sus convicciones, y muchos querían que sus portadas fueran parte de esa respuesta. Como señala Dougherty, “la raza y el jazz están inextricablemente vinculados en la historia estadounidense y son muy visibles en las imágenes que se muestran en los discos de jazz”.
Fuente: Jstor/ Traducción: Maggie Tarlo