La ética del antinatalismo

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por JACK JIANG – New School, NY

Criado en el ambiente ateo de la Revolución Cultural China, mi padre siempre ha creído que la muerte es el final. Durante la pandemia de Covid-19, cuando la gente a su alrededor comenzó a morir, contrató un abogado y planeó la conclusión de su propia vida.

Cuando finalmente lo vi después de tres años de pandemia, mi padre había envejecido, se había quedado más calvo y se había vuelto más impaciente. Todavía piensa que lo que importa es esta vida y no la próxima, pero hace una concesión por sus nietos. A través de ellos, dice, ve el futuro: una vida más allá de la suya. Una especie de vida después de la muerte, supongo.

Entonces, ¿qué pasará si nunca tiene nietos? ¿Qué pasará si yo, su único hijo, me interpongo en el camino?

Le conté esta historia a Yukina (un seudónimo), una estudiante de arte de 27 años y trabajadora a tiempo parcial en Tokio. Ella se rio. Pálida, austera y adornada con un seco ingenio sardónico, me dijo que su propio padre, como el mío, puso demasiada fe en sus hijos.

“Tenemos hijos debido a las presiones sociales”, dijo. “Pero también porque queremos que nuestros hijos nos reemplacen”. Cuando sus padres descubrieron que es una mujer transgénero sin planes de tener una familia, su esperanza se desvaneció. «Por supuesto, fue muy difícil para mí aceptar su decepción, aunque no creo que sea una buena razón para tener hijos».

Para Yukina, no hay una buena razón para reproducirse. Autoproclamada «antinatalista», Yukina alberga la sospecha de que el mundo no es apto para una nueva vida humana, ni ahora ni quizás nunca.

Durante la última década, han surgido movimientos sociales antinatalistas a nivel mundial, principalmente entre jóvenes urbanos opuestos a la paternidad biológica. Si bien el término «antinatalista» tiene una historia más profunda en el control de la población del siglo XX, desde mediados de la década de 2000 ha pasado a referirse a una postura ética contra la reproducción biológica. Organizaciones activistas como Stop Having Kids (Dejen de Tener Hijos), con sede en Estados Unidos, y Childfree India (India Libre de Hijos), con sede en la India, comenzaron a surgir a finales de la década de 2010.

Entre la precariedad socioeconómica, la escalada de las tensiones geopolíticas a nivel mundial y un futuro desestabilizado por el cambio climático, los antinatalistas adoptan la postura filosófica de que introducir nuevas vidas humanas en un mundo tan peligroso es evidentemente inmoral. A diferencia de muchos que eligen no tener hijos, los antinatalistas entienden su falta de hijos como un deber u obligación más que como una decisión personal. Como me dijo un antinatalista, exponer otra vida a un posible sufrimiento no es “un riesgo que nos corresponda tomar”.

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En Japón, donde he estado realizando investigaciones antropológicas sobre el antinatalismo durante los últimos años, la idea del antinatalismo comenzó en la bioética académica antes de convertirse en un término de moda en blogs y redes sociales a mediados de la década de 2010. El grupo activista Antinatalism Japan se formó en 2021 para llevar a cabo eventos mensuales de divulgación callejera, pero muchos otros grupos han permanecido en línea. En todos estos grupos, los miembros se identifican entre sí a través de sus experiencias compartidas de sufrimiento, como enfermedades mentales, acoso laboral u ostracismo social, y cómo estas experiencias moldean su negativa a tener hijos. Un término ha capturado este sentimiento más que cualquier otro: ikizurasa, a menudo traducido como “angustia” o el dolor o los problemas de vivir.

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Para Yukina y otros, la decisión de no tener hijos ha provocado más que reflexiones éticas personales. En Japón, las consecuencias familiares de «no lograr» reproducirse también reflejan ansiedades más amplias en torno a la despoblación y la extinción cultural que han afectado al país durante décadas. Desde la década de 1990, Japón ha experimentado un declive económico de décadas, junto con una población que envejece y una disminución de las tasas de natalidad.

A los padres de Yukina, como a muchos de su generación, les preocupa especialmente el fenómeno social del kodokushi, o «muerte solitaria»: la pérdida de la continuidad familiar tradicional que deja a las personas mayores morir solas en sus hogares sin cuidadores. Al enterarse de la negativa de Yukina a casarse y tener hijos, su madre la acusó de «querer que ellos [sus padres] mueran solos».

Aunque estas preocupaciones son reales, a Yukina le parecen demasiado instrumentales. «Está mal crear una nueva persona para el país o para que te cuide cuando seas mayor», argumenta. «Estás tratando a este niño como una herramienta».

Pero a medida que sus padres han envejecido, Yukina admite que su rigurosa filosofía moral se ha vuelto complicada de aplicar en la práctica. Generalmente distante, durante un desayuno una mañana, su padre de 58 años comenzó a hablar de su jubilación. En los próximos cinco a siete años, le dijo, planeaba comprar una casa en el campo. La casa donde Yukina todavía vivía con sus padres en Saitama, una ciudad dormitorio al norte de Tokio, no era lo suficientemente grande para tres generaciones. «Esta casa es para tu familia», le recalcó a Yukina.

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El padre de Yukina, un empleado asalariado de toda la vida que alcanzó la mayoría de edad en la década de 1980, vivió la vida ascética y tranquila que se esperaba de los hombres de su generación. A medida que Japón entraba en su auge económico posterior a la Segunda Guerra Mundial, el fervor político de la década de 1960 dio paso a un plan de vida corporativo estable y al lujo de clase media que este ofrecía. Para muchos asalariados, este corporativismo proporcionó un significado individual a la vida a través del trabajo, como ha documentado la antropóloga Anne Allison. Al proporcionar la buena vida a las generaciones sucesoras (a través de la educación de hoy, así como del capital necesario para formar una nueva familia mañana), el trabajo también extendía los frutos del propio esfuerzo más allá de la muerte.

Al negar esta sucesión, Yukina siente que está socavando el final adecuado que su padre buscaba en la vida. Con humor mórbido, explicó: “Últimamente, pienso ‘Vaya, está envejeciendo’, muy a menudo. A los jóvenes les gusta decir que no encuentran sentido a la vida, pero a esa edad, ya no es una broma”.

La intuición de Yukina sobre las razones más profundas de las ansiedades de su padre se hace eco de lo que los antropólogos de la muerte han argumentado durante mucho tiempo: que planificar la propia muerte es también una forma de nutrir y, por lo tanto, seguir participando en la vida colectiva en curso. Esto puede implicar rituales funerarios para asegurar que el difunto pueda llegar a un lugar de descanso en su aldea ancestral para continuar velando por los vivos, o algo tan mundano como hacer testamentos y planificar herencias.

Yukina sintió empatía por su padre, pero tampoco quería verse obligada a aceptar el regalo de la casa familiar como herencia. Se lamentó: “Cuando lo veo ahora, me siento triste. No creo que tenga razón, pero me siento triste. Triste y enojada”.

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Muchos críticos describen el antinatalismo como un movimiento que rechaza la continuidad generacional y a sus seguidores como egoístas, miopes y nihilistas. Las críticas a la falta de hijos en general solo han crecido a la par del aumento de las políticas pronatalistas en todo el mundo. El actual vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, en un discurso de 2019 en una gala de The American Conservative, insinuó que los que no tienen hijos son «sociópatas» desvinculados del bienestar de sus «comunidades», «familias» y «país». Otros los han descrito como “hedonistas” que persiguen una vida de placer. El filósofo Ben Ware comparó el antinatalismo con la insensatez del tecno-utopismo por creer que ha encontrado la solución al sufrimiento mundano.

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Estas críticas son injustas y totalmente inexactas o demasiado simplificadas. Los antinatalistas tienen una amplia gama de motivaciones, a menudo relacionadas con las circunstancias sociales, políticas y económicas más amplias que dan forma a su comprensión de la elección reproductiva, la paternidad y el futuro. Los movimientos antinatalistas de todo el mundo no siempre están de acuerdo entre sí ni comparten las mismas preocupaciones.

En Estados Unidos, por ejemplo, muchos antinatalistas remontan su movimiento a Les Knight, el fundador del controvertido Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, quien argumentó que los humanos deberían encontrar significado y consuelo en ser sobrevividos por otra flora y fauna. Los seguidores de Knight creen que la supervivencia de estas otras formas de vida se basa en la extinción total de la humanidad, ¿qué mejor regalo para las generaciones futuras?

Yukina es más escéptica ante tales visiones románticas de la recuperación ecológica. Vegana que no intentaba salvar ni recuperar una naturaleza perdida, tenía un deseo más modesto: proteger a otros seres sintientes que pueden sentir, sufrir y morir. Sin humanos, pensó, los animales podrían vivir una vida mejor. En sus momentos más misantrópicos, incluso llegaría a afirmar que era más útil como alimento para animales que como representante de su especie.

“No me importa cómo muera”, dijo fríamente durante una conversación que tuvimos sobre su futuro entierro. “Creo que las cremaciones son muy antinaturales. La gente solía morir en la tierra, para que los gusanos se los comieran”.

Mientras escribía este artículo, una ola de calor récord azotó Japón por tercer verano consecutivo. Con un planeta en llamas, considero las partes de mí mismo que podrían perdurar después de mi muerte: ¿Será mi legado otro ser humano o solo un cuerpo en descomposición que enriquezca el suelo? Mi padre ve una vida después de la muerte en sus nietos, pero tal vez haya otras formas de seguir viviendo.

Sapiens. Traducción: Horacio Shawn-Pérez

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