Acerca de la paleoantropología contemporánea

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por EMMA BIRD – Museo de Historia Natural de Londres

Sureste de Inglaterra. Hace 400.000 años. Una joven se pone en cuclillas junto a un río que con el tiempo se llamará Támesis. Sus pies anchos se hunden en la orilla fresca y pedregosa. Detrás de ella se extienden pantanos y frondosos bosques.

Luego: se acabó.

Una leona alimenta a sus cachorros. Lo que queda de la mujer es cubierto rápidamente por las arcillas limosas del río.

Esta mujer del Pleistoceno —conocida como el fósil de Swanscombe— ahora reposa en el Museo de Historia Natural de Londres, donde trabajo como paleoantropóloga. Los investigadores no sabemos realmente cómo murió, pero he imaginado la escena. Los leones sí deambulaban por su mundo.

Este año se conmemora el nonagésimo aniversario desde que se recuperaron los restos de Swanscombe. Para celebrar este “Jubileo de Granito”, revisé cómo ha cambiado la visión de los científicos sobre el fósil a lo largo de los años, desde la interpretación inicial del fósil como un Homo sapiens primitivo y un símbolo de la “Excepcionalidad Británica” hasta su estado actual como ancestro neandertal, que representa una parte menor de una historia humana global.

Su interpretación cambiante a lo largo del siglo XX ejemplifica cómo ha evolucionado el propio campo de la evolución humana. Inmersa en archivos polvorientos de cartas personales, recortes de periódicos y artículos de revistas, encontré una historia que no esperaba: la influencia de la personalidad, la política y el poder en la interpretación científica.

La historia del fósil de Swanscombe comenzó antes de su descubrimiento en 1935. Para entonces, Europa occidental tenía una larga historia de exploración arqueológica. Durante décadas antes, arqueólogos aficionados y profesionales recorrieron el continente buscando fósiles de criaturas desaparecidas hace mucho tiempo, incluidos ancestros humanos. Una pequeña muestra comparativa de fósiles estaba disponible fuera de Europa, a menudo recuperados de lugares bajo dominio colonial o que estuvieron bajo tal dominio, como Zambia y Sudáfrica.

Durante la primera mitad del siglo XX, los investigadores de los orígenes humanos producían conocimiento a través de descripciones anatómicas detalladas acompañadas de “pronunciamientos autorizados” sobre su significado. No se veían por ninguna parte las frases de incertidumbre —“podría sugerir”, “posiblemente indica”, y otras similares— que salpican y matizan las conclusiones en la ciencia contemporánea. Y las ideas de los académicos británicos gozaban de particular influencia y estima a nivel mundial.

En aquel momento, muchos académicos europeos que estudiaban la paleoantropología pensaban que la humanidad surgió en Europa occidental. Algunos académicos británicos fueron más allá: favorecían la idea de que Gran Bretaña era la cuna de la humanidad, o más exactamente, la cuna del H. sapiens blanco y europeo. Desde mi punto de vista del siglo XXI, vi cómo la ideología nacionalista y patriótica nubló las conclusiones de los primeros académicos británicos y retrasó el pensamiento durante décadas.

Y por supuesto, sé algo que esos primeros científicos no sabían: el Hombre de Piltdown, el fósil que sirvió como base de la hipótesis de los orígenes humanos en Gran Bretaña, fue un engaño.

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“Descubierto” en el sureste de Inglaterra por su probable creador Charles Dawson en 1912, el “fósil” de Piltdown era un cráneo de H. sapiens, una mandíbula de orangután y un diente de chimpancé, coloreados, inventados, tramados y tallados. La amalgama resultante daba una apariencia caricaturesca de un antiguo “eslabón perdido” entre el simio y el humano que vivió en la región hace 500.000 años.

El Engaño de Piltdown les dio a los académicos británicos la evidencia necesaria para probar la profunda antigüedad del “Primer Inglés”. Se mantuvo hasta 1953, cuando se demostró definitivamente que la creación era un fraude.

Dentro de este ambiente de investigación, en el verano de 1935, Alvan T. Marston se paró en una cantera abandonada cerca de Swanscombe, Inglaterra, a unos 37 kilómetros al este de Londres. El arqueólogo aficionado de pantalones holgados era un asiduo en la excavación.

Un día de junio, vio lo que parecía ser parte de un cráneo humano asomándose por el talud de la cantera. Al no tener cámara, decidió retirar el fósil y marcar el sitio del descubrimiento. Llevó el fragmento a una farmacia local para envolverlo en algodón y luego escribió de inmediato al Servicio Geológico de Londres.

Este trozo de cráneo fue la primera de tres piezas que llegarían a constituir el fósil de Swanscombe, los primeros restos auténticos de una especie humana extinta descubiertos en Gran Bretaña. Aunque incompleto, el cráneo de 400.000 años muestra incipientes parecidos con los neandertales posteriores y, por lo tanto, se considera un miembro primitivo de nuestros primos extintos, al menos por los científicos de hoy.

Pero hace 90 años, los académicos descartaron sus rasgos parecidos a los neandertales porque se aferraban a sus presunciones de que nuestra especie, H. sapiens, surgió en Europa occidental. El fósil se utilizó para reforzar el apoyo al fabricado Hombre de Piltdown como un H. sapiens auténtico y para suprimir las ideas emergentes de que los orígenes de la humanidad se encontraban fuera de Europa.

Las instituciones científicas inglesas no han cambiado mucho desde que se desenterró Swanscombe. Los pasillos y estudios en los que trabajo hoy se asemejan a los de principios del siglo XX. Mientras investigaba la historia del fósil, fue fácil imaginar los escenarios de su investigación.

Estrechas ventanas georgianas proyectan luz sobre austero mobiliario de madera. Estanterías del suelo al techo exhalan el olor a libros raros. Es 1938 en Down House, la antigua casa de Charles Darwin. Sir Arthur Keith, un renombrado anatomista y autoridad principal en orígenes humanos, se prepara para exponer sobre el fósil de Swanscombe.

En 1938 y 1939, el Journal of Anatomy publicó docenas de bocetos hechos a mano por Keith de Swanscombe, que identificaron más de 100 puntos de medición alrededor del cráneo para compararlos con Piltdown.

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A pesar de la riqueza de estos datos, Keith encajó sus hallazgos en su narrativa existente. En Swanscombe, Keith vio lo que quería ver: declaró a Swanscombe el segundo representante más antiguo de H. sapiens, justo después de Piltdown. Hoy en día, los paleoantropólogos saben que Piltdown fue una falsificación y que Swanscombe probablemente pertenece al linaje que conduce a los neandertales, no al H. sapiens.

Keith también aprovechó este trabajo sobre Piltdown y Swanscombe para suprimir la investigación de científicos que buscaban los orígenes de la humanidad más allá de Europa. Entre ellos, Raymond Dart se destacó para mí, en parte porque ambos somos australianos formados como paleoantropólogos en Londres. Pero también porque su desestimación por figuras como Keith retrasó la aceptación de África como centro de la evolución humana durante 30 años.

Dart fue formado y tutelado en Londres por el establishment antropológico británico antes de mudarse a Sudáfrica en 1922 para trabajar en la Universidad de Witwatersrand. En 1924, le entregaron un pequeño cráneo parecido a un simio que los trabajadores de la cantera local habían recogido de sus escombros.

Su cuidadoso análisis reveló muchas de las adaptaciones bípedas y características intermedias entre humanos y chimpancés que Charles Darwin había predicho que se encontrarían en África. Dart concluyó acertadamente que este fósil, al que llamó el “Niño de Taung”, sugería que África, no Inglaterra ni Europa occidental, era la cuna de la humanidad.

Keith calificó la hipótesis de Dart de absurda, declarando que Dart era demasiado inexperto para saber lo que realmente estaba examinando: solo un simio juvenil, según Keith. La Royal Society se negó a publicar el detallado manuscrito de 269 páginas de Dart sobre el fósil. El colega de Dart en Sudáfrica, Robert Broom, escribió en 1950: “La cultura inglesa lo trata como si hubiera sido un colegial travieso”.

Cuando se recuperó el fósil de Swanscombe, Dart se había retirado de la investigación paleoantropológica debido a las heridas emocionales sufridas por la mordaz recepción del Niño de Taung. A pesar de ser un neuroanatomista brillante, excepcionalmente adecuado para estudiar Swanscombe, Dart no evaluó el cráneo. Si lo hubiera hecho, quizás la probable identidad del fósil como ancestro neandertal se habría conocido hace mucho tiempo.

Se necesitaron dos décadas adicionales de descubrimiento de fósiles en Sudáfrica antes de que Keith admitiera en una carta a Nature de 1947 que “Dart tenía razón y yo estaba equivocado” sobre la centralidad de África en nuestra historia humana.

Aunque Dart fue finalmente reivindicado, me resultó inquietante leer cómo los sesgos y la geopolítica de personas como Keith dieron forma al panorama de la investigación. Porque Keith no pensaba que era parcial. Pensaba que estaba haciendo ciencia rigurosa. Tenía toda la formación, toda la experiencia anatómica. Desde dentro de su propia cabeza, él era el cuidadoso y objetivo, y Dart era un advenedizo inexperto, un traidor a su herencia intelectual inglesa.

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Mientras estaba sentada en una institución similar a la de Keith, trabajando en el mismo material, me pregunté: ¿Cómo influyen estas raíces intelectuales en mi trabajo como paleoantropóloga en 2025?

En cierto modo, la paleoantropología de la década de 1930 sobre la que leí se sentía ajena. Por ejemplo, a diferencia de hace 90 años, en el Museo de Historia Natural de Londres hoy en día, completamos capacitación en sesgo inconsciente, tenemos grupos de apoyo florecientes para grupos de identidad subrepresentados y celebramos la diversidad de la naturaleza y de la humanidad por igual.

Sin embargo, en cierto modo, mi campo que estudia a los ancestros fósiles se sentía fosilizado.

En 1935, las instituciones británicas ejercían el poder de elevar o suprimir la investigación. Noventa años después, varias instituciones de investigación líderes existen fuera de la esfera euroamericana, como los Museos Nacionales de Kenia y Tanzania, y el Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología en Beijing. Sin embargo, el poder intelectual y financiero permanece concentrado en las instituciones euroamericanas, que continúan liderando excavaciones en países que alguna vez fueron colonias europeas. Las colaboraciones de investigación, la financiación y el acceso a especímenes y tecnología continúan negociándose dentro de un contexto colonialista y de desequilibrio de poder.

¿Y en cuanto a la autoridad? Algunas métricas de éxito científico, como el seguimiento en redes sociales, no existían ni siquiera hace 20 años. Pero en general, las métricas actuales todavía valoran y recompensan las cualidades que Keith encarnaba: confianza inquebrantable, conclusiones inequívocas y pronunciamientos llamativos sobre la historia humana. Nadie quiere hacer clic en el titular “Los científicos piensan que los neandertales quizás o posiblemente hicieron arte abstracto, pero no están del todo listos para comprometerse a decirlo”.

Hace unos 400.000 años, la mujer de Swanscombe se había convertido en un fósil, silencioso e inmutable. Pero en los 90 años transcurridos desde que sus restos reaparecieron, su lugar percibido en la evolución humana ha evolucionado.

En 1935, se sentó con Keith en Down House. Ahora se sienta conmigo en otra institución científica inglesa. Keith vio lo que esperaba ver en este fósil: supuesta prueba de que la humanidad surgió en su tierra natal. Yo vi algo que no esperaba: la incómoda influencia que el poder, la política y la historia intelectual tienen sobre la ciencia. Seguramente estas influencias persisten, nublando clandestinamente mi propio trabajo. Entonces, ¿qué puedo aprender de la historia del fósil de Swanscombe, más allá de dilucidar su lugar en nuestra historia humana?

Ella me enseñó que los científicos no deben aspirar a una autoridad inequívoca. Debemos esforzarnos por lograr la mejor ciencia posible, y eso implica provisionalidad, colaboración y apertura a equivocarse.

Sapiens. Traducción: Mara Taylor

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