¿Para qué sirve la epistemología (además de hacerte sentir idiota)?

-

Ilustraciones: Carolina Arriada para AntropoUrbana.

por SABRINA DUSE – CUNY

La epistemología es ese terrible invitado a la cena que empieza con vino y termina preguntándote si tus creencias tienen justificación. No viene a ayudarte a dormir. No le importan tus sentimientos. Y definitivamente no está aquí para resolver ninguno de los problemas que crees tener, a menos que tu problema sea que todavía no dudaste de cada una de tus convicciones, en cuyo caso: bienvenido. La epistemología no es terapia, pero, a su manera extraña, alivia. No ordena la mesa, pero te recuerda que tal vez la mesa nunca existió. La ironía es que se supone que eso te hace bien. Y lo mejor es que a veces lo logra.

Lo que de verdad hace la epistemología no es tanto separar lo verdadero de lo falso, sino exponer cómo surgieron esas categorías. Arrastramos una confusión centenaria sobre el conocimiento como si fuera una propiedad. Algo que posees, como un abrigo. Algo que consigues, como víveres. Desde la definición tripartita de Platón (creencia verdadera justificada) hasta los contraejemplos desagradables de Gettier, la epistemología se entretuvo dibujando bordes alrededor de algo escurridizo. Pero el proyecto siempre fue perverso: ¿cómo “sabes” cuándo realmente “sabes”? Peor aún: ¿quién lo decide?

La epistemología, en su mejor versión, es una historia de esas decisiones. Y en su peor versión es una burocracia metafísica. Pero las dos importan. Si no sabes cómo se construyó tu concepto de “conocimiento” —por quién, con qué fin, a costa de qué— entonces caminas por ahí con arquitectura ajena en la cabeza, creyendo que es el suelo. Por eso los posestructuralistas amaron la epistemología como el lobo ama el corral. A Foucault no le interesaba la verdad; le interesaban los regímenes de verdad. Entendía que “lo que cuenta como saber” rara vez es un tema de método y siempre uno de poder. Una vez que abres esa puerta, no puedes dejar de ver. Empiezas a sospechar que cada “hecho” que defiendes tiene una historia. Y, peor, un sponsor.

Más en AntropoUrbana:  La antropología como indisciplina

Es también por eso que los filósofos analíticos trataron de limpiar el desastre. Hay una desesperación en ese proyecto de mediados de siglo por rescatar a la epistemología de aquello en lo que se había convertido: un caos de duda, un carnaval antifundacionalista. Querían términos claros, afirmaciones precisas y, con suerte, ningún francés. Pero cada intento por salvar el barco —fiabilismo, coherencialismo, internalismo versus externalismo— solo volvía más evidente que el conocimiento no se deja encerrar. No coopera. Como el chisme, el amor o la radiación, se esparce sin pedir permiso. Contagia. Y aun así seguimos actuando como si se pudiera testear su calidad, como el aceite de oliva.

Entonces, ¿para qué sirve la epistemología, hoy, ahora, en esta hora tardía y perecedera? Para preguntarse por qué la gente cree lo que cree, no solo si tiene razón o no. Para ver las economías epistémicas en las que vivimos: cómo se construye la confianza, a quién se escucha, qué experiencia se convierte en dato. Para entender la política de la certeza. Para desesperarse porque la verdad parece importarle poco a la mayoría de las instituciones, y luego, con más honestidad todavía, para recordar que la verdad siempre fue un dios un poco dudoso. Como susurraba Nietzsche, con una sonrisa torcida: todas las cosas están sujetas a interpretación; la interpretación que prevalece en un momento dado es una función del poder, no de la verdad.

Pero la epistemología no es solo un aguafiestas. No solo viene a decir que no. A veces abre una ventana. A veces te invita a ver lo raro que es que creas lo que crees y lo maravilloso que es que la creencia exista. Pregunta qué cuenta como evidencia en una historia de amor. Se pregunta cómo llegamos a pensar que el conocimiento científico es el “estándar de oro”, incluso cuando para medio planeta es indistinguible del colonialismo. Pregunta si tu experiencia vivida, incómoda e imposible de medir, todavía vale algo.

Más en AntropoUrbana:  ¿Qué es la antropología?

La epistemología no es una escalera para salir de la caverna sino un martillo para probar su acústica. No te da mejor conocimiento; te da mejores preguntas. Te dice que si buscas consuelo, ve a la teología. Si quieres validación, prueba con la psicología. Pero si quieres saber cómo se hizo el saber, y quién quedó afuera en el proceso, la epistemología es tu amiga. Tu amiga insoportable, brillante, necesaria. La que no te deja dormir en paz, pero que tal vez te permita pensar con un poco más de claridad por qué ese descanso parecía tan merecido.

Some Philosophy. Traducción: Maggie Tarlo

Comparte este texto

Textos recientes

Categorías